José Sócrates, Primer Ministro portugués, dio a su vecino y
compañero de cuitas, una lección magistral. Presentó al Parlamento un plan de
ajuste de caballo, se lo rechazaron, dimitió del Gobierno y la dirección del
socialismo luso y adelantó las
elecciones para que tallen otros como el centro- derecha. Zapatero, en las
mismas, adujo que el anticipo electoral portugués no había resuelto la crisis,
que es como decir que abandonando el barco no por ello deja de zozobrar. Se
rectificó a sí mismo y, como le es habitual, hizo sus deberes tarde y a medias.
No se presenta aunque se mantiene como Presidente y Secretario General del
PSOE. Zapatero es todo un personaje de esos que toman entre sus manos un
problema minúsculo y lo convierten en la Batalla de Stalingrado. En el Cono Sur americano los llaman mufa (
gafe ) y en versión aliviada remamahuevos. Entretenido con lo que le gusta,
la unión homosexual como matrimonio, el
aborto a los 16 años sin consentimiento familiar, la paridad obligatoria de
géneros ( que no cumple con su Gobierno ), la muerte abreviada, el
adoctrinamiento escolar, la rebaja del nivel educativo para que los
adolescentes no se estresen u otra ley de libertad religiosa para que se fastidien los obispos, la ley de dependencia
que no se puede aplicar, el cheque-bebé ajusticiado a las corridas, la
geometría variable para satisfacer a los nacionalistas y aislar al PP con un cordón sanitario, la negociación incondicional con el
terrorismo, la reescritura de la guerra civil y una alianza esotérica con los
bárbaros ayatholás medievales de Irán, se olvidó de la Economía y la Política
exterior, dos arabescos laterales y prescindibles. Zapatero parece predestinado
a habitar el lado oscuro de los acontecimientos. Se aupó como figura pública
con desgracias ingratas para todos como
la catástrofe del “ Prestige “ y la segunda guerra de Irak. Ganó sus primeras
elecciones sobre doscientos muertos y más de mil heridos y mutilados y nos deja
con cinco millones de parados y bordeando la suspensión de pagos.
Esta semana hemos recorrido
el final del camino de casi ocho años de graciosas improvisaciones llegando al
pánico escénico de una deuda que se aleja peligrosamente del baremo alemán de
referencia. Nos venden el dinero que no tenemos por encima del seis por ciento
porque nadie está seguro que lo podamos devolver. Un gabinete de crisis con
Zapatero, la ingeniera Elena Salgado y el bachiller Pepiño Blanco causa pavor.
Hasta el Rey ha tenido que hacer una advertencia. El cantamañanas sicalíptico
de Berlusconi ha consensuado un ajuste, mientras nuestro Presidente telefonea a
Rajoy, quizás para invitarle a su 51 cumpleaños. Lo más sorprendente es que los
socialistas aspiren, aunque sea remotamente, a continuar en el poder. El
candidato forma parte del imaginario español desde hace tres décadas y, aunque
sea químico, no tiene la pócima. La política que no ha querido hacer el PSOE
porque no conviene a sus intereses demagógicos, tendrá que hacerla Mariano
Rajoy y sus huestes tapando agujeros a cambio de impopularidad. Herencia
envenenada. No nos rescatan porque somos un bocado mediano imposible de digerir
por Angela Merkel o el Banco Central Europeo que bastante hace comprándonos una
deuda dudosa, y nuestra caída podría llevarse por delante a Italia. Pero
estamos técnicamente sin liquidez. He vivido eso en América como si yendo atrás
en el tiempo hubiera caído en la República de Weimar: los precios no subían por
semana sino por horas, podía higienizarme el culo con billetes de un millón de
pesos sin valor, y los jubilados cobraban en bonos del Estado pagaderos a tres
meses. De esa miseria sólo nos salva el euro en el que nos metió el abominable
José María Aznar, espejo de todas las perfidias. Mirando los muros de la patria
mía hoy el lema cívico es aquel
zapateril sobre el chapapote gallego: Nunca Mais.
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