Cuando un equipo directivo de periodistas arrancó “ El País “ ( a
la postre unos asalariados distinguidos ) entró en vigor la reforma fiscal de
Paco Fernández Ordóñez y nuestro patrón, el editor Jesús Polanco, nos embromaba
riéndose porque tributábamos más que él y teníamos que pedir créditos para
satisfacer al fisco. Don Jesús no hacía ninguna trampa y su fiscalidad era la
que le exigía una ley con muy mal carácter hacia los galeotes de la nómina.
No estamos solos en eso y no es de extrañar que en Francia, Alemania,
EEUU, surjan grandes fortunas tocadas
por la filantropía. Como una campaña electoral no es una competición de sabidurías
sino una bolsa de gatos en donde quién maúlla más agudo cree llegar antes a la
meta incierta, el candidato
gubernamental, mi querido Rubalcaba, sigue dándole vueltas a la
extracción de tributos. Como los agujeros negros el déficit español sólo es
aproximativo: un 30-40% de lucro cesante, lo que supone una barbaridad. El
postulante del Gobierno modera sus instintos electorales y aboga ahora por
escarbar el fraude, en lo que coincidirá con Mariano Rajoy, porque es elemental que
pueden no tocarse los impuestos como propone el PP y encontrar el dinero
necesario donde se oculte o dilapide. La progresividad fiscal no es ideológica
sino de sentido común. El Presidente Obama tira por elevación porque desde
Alfonso Capone la inspección tributaria
estadounidense es inmisericorde y ahí no se puede perforar más. Lo que es el
típico embrollo socialista es esa oficina de Hacienda, Trabajo y Policía. Que
le regalen un ordenador más grande a la Agencia Tributaria; y cuidado con el dinero negro, que crea empleo.
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