Hace diez años los
personajes itinerantes de John Dos Passos en “Manhattan Transfer” quedaron
congelados en su peripatesis, cuando los cielos se volvieron de cemento. La
“Pesadilla de aire acondicionado” de Henry Miller fue un leve sueño evanescente
para quienes pensaban tomar un brunch en “The Four Seasons” en la última planta
de la torre Este del “World Trade Center”. Aún hoy distintos laboratorios
estadounidenses intentan la identificación de un millar de desaparecidos en el
ataque, un tercio de las victimas en las
torres gemelas: un minúsculo trozo de uña, una porción de polvo o de cenizas
infiltradas por humores humanos, una pieza de carne como el botón de una
camisa, una muela… Ese millar de personas que quedaron pulverizados en el
derrumbe y que denota la fortaleza y la brutalidad de la agresión. La
politología desplazó a la filosofía el 11-S, y solo es rescatable en “Dostoievski
en Manhattan” del francés André Glucksmann, teórico de que la Humanidad se
mueve por golpes de abominación nihilista propios de la patología social del
escritor ruso. Se sabe quiénes lo perpetraron e inspiraron pero la coordinación de los cuatro vuelos
comerciales sobre Manhattan, el Pentágono y el dirigido a la Casa Blanca o al
Congreso, caído en Pennsylvania, es un misterio moral hasta para el
fundamentalismo coránico.
El Presidente George Bush
Jr. estaba entre los alumnos de una escuelita sureña cuando un ayudante le pispeó las primeras noticias procedentes de Nueva
York City, y se le vio por televisión como congelaba su rostro la estupefacción: por primera vez
estaban siendo bombardeados los EEUU continentales. Fue trasladado hasta un sitio
secreto. En Europa el análisis de la política estadounidense es grosero, pero
en nuestra España es esperpéntico y personas de supuesta formación intelectual creen que el Partido Republicano es algo así
como nuestro Partido Popular, y el Demócrata un trasunto del PSOE. Ni sabemos
ni podemos entender que Abraham Lincoln era republicano, y su oponente el
Presidente de la Confederación, Jefferson Davis, demócrata. Los del partido del
elefante siempre han sido intervencionistas en el exterior, y los del burro,
aislacionistas. Bush Senior. hubo de liderar la “Tormenta del desierto” porque
la expansión de Saddam Husein sobre las
fronteras de sus vecinos tiradas a escuadra y cartabón por la descolonización
británica era surrealista. Claro que importaba el petróleo de Kuwait, como la
integridad de Arabia Saudí, pero la primera guerra de Irak no fue estrictamente
imperialista. Bush Junior. pensaba dedicar su Presidencia a la política
interior y en aquella escuelita entendió que le habían convertido en un caudillo
militar, papel para el que no se había preparado. Tenía que hacer lo que nadie
quería: invadir Afganistán, cuenco de llanto de Alejandro Magno, ingleses y
soviéticos. La izquierda europea de
gabinete defendió la impunidad de Saddam, sicario del Baaz, un partido
literalmente nazi, y la verdad es que el pistolero ni tenía armas de
destrucción masiva ni buenas relaciones con Al Qaeda, aunque era, sí, una
amenaza real para Israel. “Libertad duradera” fue una guerra evitable pero
imprescindible en el caos posterior al 11-S.
El hombre prefiere el vacio
al fuego y cuando los oficinistas de las torres gemelas rompían los cristales y
se arrojaban por las ventanas, la
progresía internacional, urdía la infamia que el ataque era una argucia del
Mossad y de los petroleros estadounidenses, para demonizar al mundo árabe y el
Islam, difundiendo la insensata patraña que los trabajadores judíos del “World Trade
Center” habían recibido recado de no presentarse al trabajo. Mientras en el
barrio de chalecitos de Queens creían estar ante una alerta de guerra biológica
por la aparición por correo postal de un sobre con esporas de ántrax; en una
redacción de Madrid tenía que sufrir las risitas de unas periodistas
supuestamente compasivas y encantadas en su pétreo antiyanquismo de unos EEUU
sumidos en el horror y la confusión. El 11-S quedó como un día de infamia desplazando a Pearl Harbour. El asesinato de Bin Laden fue como otra
desaparición en las torres hasta para los abolicionistas de la pena capital. El
de hace diez años fue tal crimen moral que ni Barak Obama ha terminado de
desenredar dos guerras ni podido cerrar el limbo jurídico de Guantánamo. Al
Qaeda es la podredumbre infectando todo lo que roza.
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