La propuesta de Federico
Trillo sobre la cadena perpetua revisable provocará desgarro de vestiduras en
nuestra izquierda desmedulada porque chirría en los neblinosos esquemas del
buenísmo o el progresismo y sirve de pretexto para
demostrar, una vez más, que en España la derecha habita en el Cuaternario, es
desmedidamente cruel e irremisiblemente pesimista sobre la capacidad de rehabilitación del ser
humano. Hay que insistir que el Código Penal de nuestra derecha es Cayena y el
eficaz invento de Guillotín. Todos hemos
abrazado alguna vez la causa del buen salvaje y las aconsejables utopías de
Rousseau, hasta que supimos que se desentendió de sus hijos, haciéndolos
hospicianos para meditar y escribir sin molestias filiales. Mujeres admirables
como Concepción Arenal y Victoria Kent ( la II República la destituyó porque
los presos si iban sin despedirse) han sido manipuladas hasta la sustitución
del castigo, la expiación, por la redención y la reinserción. Cuando
Raskolnikov confiese sus horribles crímenes ya está redimido pero desea su
castigo como retribución a la sociedad. El delito se pena, y si por añadidura
el delincuente se arrepiente mejor para la condición humana, pero la cadena
perpetua revisable para delitos aberrantes está en el progreso penal y social y
no en la caverna. No se trata de un sucedáneo de la pena capital, ni de tirar
la llave de la celda. Y sería piadoso que ante cada posible reinserción se
escuchara la opinión no vinculante de los deudos. Odiar el delito y compadecer
al delincuente. Y también releer a Dostoyevski, tan ajeno a la cultura etarra.
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