2/10/11

LA PAZ DE VARSOVIA (2-10-2011)

El escritor y diplomático José María Alfaro fundó hace décadas la asociación de amigos del verdugo de Burgos, al que homenajeaban con una cena literaria anual no por conformidad con la pena de muerte sino por la singularidad excéntrica del sayón. El entonces ejecutor de aquella Audiencia firmaba ripios en un diario local y era conocido por su desinhibida bonhomía. Tradicionalmente el verdugo no usaba caperuz y era tenido por un funcionario  al que un par de siglos atrás solo se le obligaba a distinguirse públicamente con un puntiagudo gorro verde y una escalerita bordada en amarillo, portando una vara para señalar en el mercado sus piezas de consumo sin tocarlas. Los carceleros propalaban sus maneras y delicadeza hasta el punto que acomodados los fierros del garrote vil sobre el gaznate del reo le palmeaba confianzudo: “Tu quédate tranquilo que yo no te guardo ningún rencor”. La macabra anécdota (cierta) me la recuerda Zapatero confesando que se marcha sin rencor porque ello no cabe en la nomina de sus sentimientos. Habrá que agradecerle al caballero que nos perdone como aquel verdugo de Burgos por no insistir en el entusiasmo sobre su gestión. Aunque con justicia se ha criticado a Zapatero por su infantilismo político y su patológica enemiga con la verdad nadie le está despidiendo con aborrecimiento, sino con alivio.

Arthur Miller escribió “Después de la caída” tras la patética muerte de Marylin  Monroe, intentando razonar el fracaso del matrimonio entre la belleza y la inteligencia. Zapatero y la mayoría de la dirección socialista se están yendo enfurruñados sin intentar siquiera un atisbo de autocritica sobre todo lo que han hecho mal y su desconexión con una mayoría social. Después de la caída perdonan a los españoles que no hayamos entendido su progresismo adolescente. Sus terminales repiten impávidas que la caída del Presidente es consecuencia de la burbuja inmobiliaria originada por el malvado José María Aznar para despoblar el andamio y destruir su propia sucesión, y que la crisis financiera internacional es otra daga del capitalismo apuntada al corazón de la socialdemocracia redistributiva. A lomos de crímenes bancarios regresan los que van a privatizar la sanidad y la enseñanza para crear a los ricos nuevos territorios de expolio. Cuando Felipe González abandonó el poder tras su dulce derrota aseguró que España no cumplía una sola de las condiciones del tratado de Maastricht, quedando fuera del euro que hoy nos sirve de colchón. El monstruoso Aznar, al que se llegó a tildar de asesino por las calles, entró en La Moncloa arremangado, llamando al viejito y entrañable José Barea, que por haberlos hecho se sabe los Presupuestos de memoria, y junto a un tendal de colaboradores, recortó durante días las cuentas hasta dejárselas cuadradas a Rodrigo Rato para que pidiera la entrada en la eurozona sin que se vieran cercenadas las prestaciones sociales. Un almirante esperaba una tarde en la antesala para informarse sobre un necesario pero carísimo proyecto naval, y salió Barea a consolarle porque el militarista Aznar había hecho zozobrar a la Armada. 

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