El premio Nobel de la Paz, que otorga la Academia noruega, y el de
Literatura de la Academia sueca son los galardones más atrabiliarios del mundo
y en puridad sólo fueron ecuánimes durante la Gran Guerra y la Guerra Mundial, años que no se concedieron. El
primero ha distinguido a terribles terroristas, y el segundo busca la alquimia
del equilibrio inestable entre continentes, razas, idiomas, minorías,
creencias, especialidades y estilos, dejando mal a todos y quedando bien con
nadie. A Churchill no se atrevieron a darle el Nobel de la paz, siendo su
primera carrera la militar y habiéndose pasado la vida haciendo la guerra ( con
gran placer ) y le dieron el de Literatura por sus “ Memorias “ y pese a lo
enfático de su inglés. Al os españoles nos han tratado bien en Estocolmo, pero
Echegaray fue en su día algo incomprensible y Benavente una sobrevaloración. En
América y Europa hay empeñosos promotores de Bob Dylan aunque no creo que
nuestro hombre tenga intenciones de bailar en la alcaldía de la capital sueca.
Todo lo que rodea la industria
discográfica impide que Dylan sea aceptado como el inmenso poeta que es,
y los más avisados de aquí le tienen por
un precursor de Joaquín Sabina. Los
lobbies que llevan años empujando por su Nobel sólo lo hacen por romper el muro
de oxígeno que separa al cantautor de la poesía de culto, y cuando logran que
se le considere como literato le comparan con Leonard Cohen. Trastromer es más
popular en Uruguay que en Suecia y no he aspirado en sus versos más aliento que
en los de Dylan. Al eterno chico judío le perjudicó la apostasía, haciéndose
cristiano y pasando al góspel. Dylan Nobel, nunca jamás.
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