En la mañana del 28 de
octubre de 1982 nos enclaustramos en el chalet de Julio Feo, Felipe González y
Carmen Romero, el doctor Moneo, médico personal del candidato, Pablo Juliá,
retratista de aquel iniciático y sevillano “clan de la tortilla”, la esposa alemana
de Feo, su adorable hijita, un perro simpático y yo en calidad de testigo de la
jornada que daría por primera vez una mayoría absoluta al partido Socialista. Fuera la gente votaba en
un día de sol y moscas. Los escoltas permanecían invisibles en el sótano. Solo
sonaba (poco) un teléfono lejano que descolgaba Feo y no pasaba a nadie; en
toda la jornada a Felipe solo le alcanzó
un par de notitas. No llegó nadie más y la radio y la televisión permanecieron
apagadas. Solo estaba nerviosa Carmen que no acababa de creer que el PSOE fuera a ganar las elecciones, mientras su
marido le repetía monótonamente el número exacto de votos que iban a obtener.
Felipe pidió un Whisky y al desleírse el hielo surgieron unas repugnantes
mucosidades azulencas. Tendió el vaso al trasluz a quien fuera su mano derecha
personal: “Julio; dame otra cosa que me parece que ya han empezado los envenenamientos”.
En este mismo octubre,
también caluroso, 29 años más tarde, sospecho lo mismo respecto del PSOE: que
espíritus atribulados incapaces de esperar al 20-N han comenzado la
distribución de tósigos para recomponer con otras mimbres el cesto desarmado
del partido, y, autoaniquilado Zapatero y prácticamente echada la suerte de
Rubalcaba, Agatha Christie apostaría siempre como primer comensal envenenado a
Pepiño Blanco, ya en olor de responso.
Que, con las elecciones a la mano, tasadas, enreden al todopoderoso
bachiller en una torpísima corrupción galaica, con encuentros en gasolineras y
frases de Mario Puzzo como esa de “Si tú me tratas bien, yo te trataré bien”,
que encaja mejor en escena de meritorio de gangster con pelandusca, hace pensar
en la necesidad de que Blanco llegue al próximo congreso socialista con la
densidad de un yogurt, listo para irse por el desagüe del fregadero. Blanco
está ahora mirando a la diosa Retribución porque él ha sido, por años, muñidor de la figura del presunto
culpable, y la presunción de inocencia la ha dejado más en desuso que las
cataplasmas de mostaza. Gurtel y Camps tienen más que ver con la estulticia que
con el dolo, pero el gallego se ha erigido en gran leñador. La corrupción
política es como piojo en colegio y solo se erradicaría petroleando a los niños, por lo que hay que vivir con ella,
acorralándola, sin convertirla en arma política que deshonra al que la usa. Nuestra corrupción todavía es
cochambrosa y atajable y en este nuevo enojoso enjuiciamiento que será largo lo único que puede decir don
Pepiño es a que sabe su propia medicina emponzoñada.
¿De qué se ríen?
Desaparecidos en combate
los generales, los Secretarios de Estado de Empleo y Seguridad Social
facilitaron las cifras del aumento del paro en un septiembre negro. Se ignora
por qué esta pareja no está picando piedra ya que entre risitas explicaron que
el Gobierno no ha despedido a nadie y son las autonomías del PP las que están
recortando empleos. Ya ni los datos se respetan. En “24” de la televisión
pública afirman que los parados no llegan a los dos millones y el resto es
metralla demagógica del PP. Ni siquiera hemos votado y los sindicatos, muy
sueltos de cuerpo, ya corean por las calles que el desempleo lo sembró Aznar y
lo administra Rajoy. Para el progresismo los hechos no son tozudos sino de
plastilina. Y para el PSOE ningún otro partido está legitimado para gobernar España.
La alternancia es una retórica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario