En una habitación del hotel “Ercilla” de Bilbao durante la campaña
electoral de 1982, Felipe me preguntó: “Que te parece si empezamos a
matarlos?”. Contra lo que suponen sus simpatizantes el PSOE no llegó al poder
ofreciendo una vara de nardo a los etarras sino con el mismo error de
apreciación de la carga de la Brigada Ligera en Balaklava. Convencidos de que
el déficit democrático de la UCD había impedido dar a ETA un tratamiento de
choque acabaron metiendo a la gente en cal viva y asesinando a un objetor de
conciencia al servicio militar. Pasada esa primitiva sed de sangre comenzaron
unas interminables y nunca interrumpidas negociaciones, entre el amor y el
odio, que continúan en nuestros días. El Partido Popular, durante sus ocho años
de Gobierno, no se contagió de esta pasión impúdica. Es cierto que ETA mandó
una señal a Aznar, al que no mataron por un par de centímetros, y este,
responsablemente, aceptó escuchar. En rueda de Prensa, sin secretismos, anunció
el envite y por prudencia o lapsus linguae llamó a Euskadi Ta Askatasuna
Movimiento Nacional de Liberación Vasco, lo que no supone ningún entreguismo
pero que los socialistas recuerdan ad nausean como si ello justificara las
obscenas negociaciones auspiciadas por Zapatero. Enviados de Moncloa fueron a Ginebra,
los de la capucha plantearon aspiraciones políticas, y no hubo más. Aznar y
Mayor Oreja, que nunca mandaron matar a nadie, resistieron las terribles
presiones de Miguel Ángel Blanco y Ortega Lara. La política antiterrorista del
Partido Popular siempre ha sido muy clara.
Felipe González fue bipolar y extremado con el terrorismo, pasando
de los GAL a las conversaciones de Argel, ópera bufa en el que le tocó el papel
de cornudo creyendo que podría repetir la recuperación de ETA –político militar
por Adolfo Suárez. Ante el independentismo cerril de los etarras Felipe se
cabreó y mandó un avión militar para llevárselos a la República
Dominicana. Como España es una portería
se enteró el juez Garzón y ordenó que el aparato aterrizara en Manises.
Corcuera le imploró telefónicamente para que el Gobierno mantuviera abierto ese
contacto. Política de vodeville. Zapatero abrazó apasionadamente la negociación
con ETA desde que se instaló en Madrid como responsable del PSOE. Llegar a un
acuerdo con ETA es un objetivo prioritario y como le molestaban las victimas
puso a Peces Barba de cabestro para que las pastoreara infructuosamente. Pidió
permiso al Congreso para darle cuerpo al dialogo, y mintió cuando tras Barajas
dio por rotos los contactos. Eguiguren, jefe del socialismo vasco y maltratador
convicto de mujeres, tiene tal síndrome de Estocolmo que ya no sabe si trabaja
para ETA o para España. Zapatero ha llegado a lo que en otra época sería
traición y felonía: ha liberado truculentos asesinos en serie, repartido
beneficios penitenciarios incomprensibles, ha tirado de las riendas policiales
hasta el canto del faisán, y, lo peor, ha torcido el brazo de muchos
magistrados para que ETA entre en las instituciones y pueda tener grupo
parlamentario propio tras las elecciones en ciernes. Cierto que el Nobel se lo
dan a cualquiera, y así los tiralevitas de ZP llegaron a convencerle de que si
ETA se rendía, aunque fuera en falso, lo obtendría. La de domeñar al terror es
una pasión socialista tan inútil como disparatada que nos deja la astracanada
espiritista de San Sebastián con las victimas en calidad de daños colaterales
del último conflicto armado que se da en Europa. El nivel intelectual de la
dirección etarra y el radicalismo abertzale siempre ha sido cochambroso y solo
dan para el gatuperio de una independencia unilateral como en Kosovo o un
intento en la ONU como los palestinos. Al PSOE le da igual: el caldo
recalentado se pasa a Rajoy.
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