Lo positivo de este
socialismo es su cualidad de vacuna contra todo espanto, y, así las cosas, no
moveremos una ceja si el 19 de noviembre se persona en Madrid alguna delegación
de observadores internacionales para compulsar si celebramos las elecciones libremente
y con rigor democrático. Que se instalen en la Junta Electoral Central y
certifiquen si cumplimos la legalidad o damos pucherazos. A la izquierda no le
gustaba la política exterior de Aznar, pero, por lo menos, todos sabíamos dónde
estábamos colocados, y la diplomacia de estos ocho años nos ha dejado sin saber
quiénes son nuestros amigos y si siquiera los tenemos. Nuestro crédito y
autoestima han sido arrojados al piso por el que transitan las naciones, y es
lógico que no nos tomen en serio y vengan a decirnos como tenemos que resolver
nuestras cosas de entrecasa. Metetes y huelebraguetas remunerados se han
reunido en San Sebastián a ver que pescan aprovechando vísperas electorales en
las que el Gobierno, a confesión propia cuenta nubes. Hay de todo: desde el
corrompido filialmente Kofi Anam a Eguiguren, el gran socialista que mide las
costillas a las mujeres con el palo de la escoba. Bestiario de juguetes
rotos posando en busca de un último
minuto de telediario. Pasarela Donostia en la que ni el ex ministro del
Interior francés, el socialista Pierre Joxe, alberga el menor conocimiento
sobre el país vasco como confirmarán Felipe González y José Barrionuevo. La
insoportable levedad del aquelarre. ZP aspirando al ducado de Bildu, con
grandeza de España. Halloween. Hay tantos zombis por las calles porque en el
infierno ya no cabe nadie más.
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