Cuando Barack Hussein Obama llegaba a su domicilio de Chicago
sorteaba a las niñas y en el pasillo tiraba la chaqueta, la corbata y
la camisa, para, llegando al dormitorio, sacarse los pantalones, los calzoncillos y los
calcetines que arrojaba a los pies de la cama. Michelle (Robinson) trabajaba
más que él, era socia del principal bufete de abogados de Chicago, la jefa del que
llegaría a ser jefe, y en casa iba recogiendo la impedimenta que su marido
jurándole una muerte cruel por cada prenda por cada prenda. Así lo contaba a una
revista de Illionis cuando aun tenía poca fe en el patrocinio de su esposo y ni
siquiera sintiéndose estadounidense hasta la elección presidencial del Primer
Presidente afroamericano. Entre las peculiaridades de Obama figura también la
de ser un fumador compulsivo, de quienes los médicos llaman “en cadena”, y le prometió a Michelle librar
de humos el Despacho Oval. Tales fumadores somos hipócritas y aunque los asesores y relaciones
públicas limpian de ceniceros de los aposentos de los próceres, Zapatero y Artur Más, llenaron de colillas hasta los
floreros en aquella noche de walpurgis en que enredaron la política catalana.
Elena Salgado como Ministra de Sanidad le sacó un puro de la boca al Rey Juan
Carlos en un viaje de Estado, aduciendo que el avión de respeto, era un espacio público. Y no parece que el
Presidente Mariano Rajoy haya prescindido de sus puros aunque no haya fotografías
al respecto; el señor Adelson quiere anular
el proyecto Eurovegas precisamente por
el problema de la prohibición de fumar. En cualquier caso los altibajos de
Obama, la gran esperanza negra, denotan la nerviosa dependencia del tabaco o la falta de serenidad interior que proporciona
la ausencia de nicotina en el cerebro. Lo
mejor de Obama ni siquiera fue la imagen rompedora del afroamericano sino la
constitución de un grupo de jóvenes de un equipo para su primera elección que rompieron
con todas las tradiciones establecidas usando masivamente las redes sociales
para elaborar los mensajes y recaudar dinero dólar a dólar. Además reclutó ejércitos de voluntarios y un brillante
redactor de discursos ( hoy, en el negocio de la publicidad ) que fue quién acuñó el :“yes, we can”( si, nosotros
podemos), con aire de salmo evangélico, que lo llevaría a la
Casa Blanca demostrado que no siempre se puede. No pudo cerrar el limbo
jurídico de la prisión de Guantánamo porque los programas electorales no son leyes. Su proyecto estrella fue: el de
la Sanidad Integral, salió convertido en agua de borrajas por siete votos en
la Cámara de Representantes y dejando
fuera el aborto con fondos federales. Al contrario que el Parlamento Europeo,
el estadounidense, es reacio a que el Estado pueda intervenir en sus asuntos y hasta que el
Gobierno Federal les diga cómo tiene que curarse de sus enfermedades o que
seguros médicos privados deben de suscribir. La idea era encomiable pero
pasaran generaciones antes que los EEUU
puedan subrogarse a una sanidad integral, universal y gratuita.
No es un problema de dinero sino de mentalidad popular.
Obama recibió el Premio Nobel de la Paz, más por la intencionalidad
de sus discursos y sus libros ( hizo una fortuna vendiendo volúmenes desde autobiográficos
a ensayísticos) que por sus hechos concretos. Cuando la mal llamada Primavera Árabe
empezó a encenderse por la orilla mediterránea fue el ariete internacional en
el bombardeo de Libia, logrando el caos generalizado, la división del país
entre Tripolitania y Cirenaica y el asesinato del Embajador de Washington. En la Universidad
del Universidad de El Cairo, el Presidente dio una conferencia a los españoles
más que el veraneo en Marbella de su mujer Michelle y su hija pequeña: hizo un
canto al An Andalus como epopeya de
cultura musulmana y alabó un panarabismo que ya se había convertido al islamismo.
O le fallaron sus consejeros o quedó infantilmente influido por las madrassas a
donde le llevaron en Indonesia su padrasto fiel hijo del Corán. Lo más probable
es que quisiera ser amable con el mundo islámico ( que no islamista ) y solo
logró dejar estupefacto al espacio occidental y judeocristiano de su
pertenencia.
Y es que contra la opinión extendida entre las izquierdas; los
republicanos siempre fueron aislacionistas y las principales intervenciones
estadounidenses, lejos de sus fronteras, tuvieron el sello demócrata. Eso que
al Sur del Río Grande siguen llamando “ “imperialismo” y se corresponde al
partido del burro. Obama no ha sido un gran líder en política exterior y ha
preferido bregar con los asuntos propios, su crisis financiera, un insólito
desempleo del 10% y la enemiga de un Congreso hostil. Con Europa ha mantenido
relaciones cordiales imprescindibles y en el problema enquistado de nuestro
Cercano Oriente, solo ha logrado enemistarse con el Primer Ministro Netanyahu,
y no avanzar un milímetro en algún acuerdo con los ominosos y nucleares
ayahtolás de Irán. Por las fotografías de sus encuentros podría decirse que
hubo entre Obama y Putín. El jerarca ruso no es más que un policía de la KGB,
curtido en la represión de la República Democrática Alemana, pero le ha robado
el protagonismo y la iniciativa a Obama a cuenta de la crisis siria. Con las
famosas líneas rojas que no se podían traspasar. Obama hizo salida de caballo y
parada de burro respecto al oftalmólogo Al-Asad, que continuará bajo tutela
rusa. Del error diplomático-militar solo se salva a Obama la división de la
OTAN, la prelación de legislativos como el británico sobre el ejecutivo y una
opinión pública en contra de otras aventuras exteriores tras el finiquito de
Irak-Afganistán. Solo los socialistas franceses se han retratado a sí mismos
pretendiendo una intervención en su antigua colonia.
Barack Hussein Obama ya
es pato cojo aún antes de las próximas primarias estadounidenses. Quizás fuera
una apuesta prematura para que todos los que como Michelle nos sentimos
estadounidenses tras la primera llegada del primer negro a la Casa Blanca que
no fuera mayordomo.
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