23/9/13

LA LUCHA CUERPO A CUERPO (23-9-2013)

Lord Moran fue médico personal de  Winston Churchill y a su muerte publicó un libro antideontógico sobre su paciente. La dipsomanía de Churchill era notoria, y en   los Comunes una diputada laborista poco agradecida le espetó:”¡ Cállate´ Winston, que estas borracho “!. La dúplica fue inmediata: “Sí, pero lo mío se pasa y lo tuyo no”. Agregó a su cuerpo otras enfermedades adquiridas como la obesidad mórbida y el tabaquismo que le dieron un andar lento y vacilante, pero no tomó ninguna decisión equivocada en la hora peor del Imperio. Solo Hitler y Goebbels perdieron el tiempo calificándole de alcohólico desde Berlín. La verdad es que el viejo león era aficionado al brandy pero bebía muchísimo menos de lo que le imputaban. Su contemporáneo Franklin Delano Rooselvet sufrió una poliomielitis antes de llegar a la Casa Blanca y la consiguió cuatro veces arrastrando férulas entre el “Crack” del 29 y la II GM, comandando los Ejércitos estadounidenses en Asia, África y Europa. Pasaba revista a las tropas en coche, amarrado a una butaca trucada, y se desplazó a sus conferencias internacionales. Hoy se habría mostrado  naturalmente en silla de ruedas sin extrañar a nadie. El jubilado Konrad Adenauer comenzó achacoso a descombrar Alemania a los 71 años, mientras un enfermizo Alcide de Gásperi reinventaba la política italiana desde sus 60 años. Stephen Hawking,  anclado en su silla monitorizada, sigue especulando con provecho sobre la curvatura del tiempo, y, dos veces divorciado y con hijos, tiene en su despacho un gran poster de Marylin Monroe, siendo un peligro para las enfermeras que le higienizan, porque siempre consigue tocarlas el culo con un brazo inerte. Como se mantuvo en secreto pocos aficionados al arte de la guerra saben que Erwin Rommel era cardiópata y  temidas sus ominosas crisis agudas  en las batallas. Pero el solo nombre del conquistador de Cherburgo y Tobruck valía más que la gasolina. La única lucha honrosa cuerpo a cuerpo es la que se libra contra uno mismo, y, pese a los enterradores de la gerontocracia, el reglamento de ese combate no admite arrojar la toalla.

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