Lord Moran fue médico
personal de Winston Churchill y a su
muerte publicó un libro antideontógico sobre su paciente. La dipsomanía de
Churchill era notoria, y en los Comunes
una diputada laborista poco agradecida le espetó:”¡ Cállate´ Winston, que estas
borracho “!. La dúplica fue inmediata: “Sí, pero lo mío se pasa y lo tuyo no”.
Agregó a su cuerpo otras enfermedades adquiridas como la obesidad mórbida y el
tabaquismo que le dieron un andar lento y vacilante, pero no tomó ninguna
decisión equivocada en la hora peor del Imperio. Solo Hitler y Goebbels
perdieron el tiempo calificándole de alcohólico desde Berlín. La verdad es que
el viejo león era aficionado al brandy pero bebía muchísimo menos de lo que le
imputaban. Su contemporáneo Franklin Delano Rooselvet sufrió una poliomielitis
antes de llegar a la Casa Blanca y la consiguió cuatro veces arrastrando
férulas entre el “Crack” del 29 y la II GM, comandando los Ejércitos
estadounidenses en Asia, África y Europa. Pasaba revista a las tropas en coche,
amarrado a una butaca trucada, y se desplazó a sus conferencias
internacionales. Hoy se habría mostrado
naturalmente en silla de ruedas sin extrañar a nadie. El jubilado Konrad
Adenauer comenzó achacoso a descombrar Alemania a los 71 años, mientras un
enfermizo Alcide de Gásperi reinventaba la política italiana desde sus 60 años.
Stephen Hawking, anclado en su silla
monitorizada, sigue especulando con provecho sobre la curvatura del tiempo, y,
dos veces divorciado y con hijos, tiene en su despacho un gran poster de
Marylin Monroe, siendo un peligro para las enfermeras que le higienizan, porque
siempre consigue tocarlas el culo con un brazo inerte. Como se mantuvo en
secreto pocos aficionados al arte de la guerra saben que Erwin Rommel era
cardiópata y temidas sus ominosas crisis
agudas en las batallas. Pero el solo nombre
del conquistador de Cherburgo y Tobruck valía más que la gasolina. La única
lucha honrosa cuerpo a cuerpo es la que se libra contra uno mismo, y, pese a
los enterradores de la gerontocracia, el reglamento de ese combate no admite
arrojar la toalla.
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