Domingo Faustino Sarmiento fue un presidente singular de la
República Argentina: periodista, maestro, militar, político, diplomático, y,
por encima de todo, pedagogo, de los que creen que sin instrucción nada le es
posible a las naciones. Viajó como embajador por Europa para estudiar sus
diferentes sistemas educativos y trasladar lo mejor de ellos al Río de la
Plata, y fue el jefe de la misión diplomática argentina ante los Estados
Unidos. El siglo de la independencia argentina fue atroz y durante 62 años el
naciente país resultó asolado por cruentas guerras civiles entre unitarios y
federales, enarbolando unas enseñas blancas y otras coloradas. Cuando Sarmiento
ocupó la sede del gobierno porteño, a la vieja aduana y al fortín español, los pintó de gris blancuzco, ordenó mezclar
la pintura blanca de los unitarios con la sangre de los mataderos próximos, y
el rojo federal, haciendo nacer la Casa Rosada y visualizando la paz entre
centralistas y federativos. Sarmiento era un utópico, y cuando consumó su
mandato se retiró a dar clases en su escuela rural con su madre doña Paula
Albarracín; después como buen argentino, emigró a Chile, escribiendo en una de
ellas:” Bárbaros las ideas no se matan “
. La calidad del federalismo argentino la evalúa en estos días la cadena de huelgas de varias
policías provinciales y la respuesta de la Presidenta Kirchner que se las arreglen como puedan porque la
Policía Federal no tiene tanto despliegue. Argentina es federal, pero al
controlar férreamente la Casa Rosada, el dinero de las provincias, a la postre
el régimen es unitario, centralista. Las provincias se vengan y alguna ha
depositado sus fondos en Florida, a lo que desde Buenos Aires CFK replica
interviniendo a las provincias por
minucias o pucherazos o doble contabilidad. El federalismo, y su superación
confederal, son tan viejos como el anarquismo, y sus padres son Proudhon y
Bakukin. Todo lo contrario de la
estabilidad de federaciones como la estadounidense o la alemana, y en cercanía
de los sistemas iberoamericanos como el mexicano, brasilero o argentino. México
DF tiene que movilizar al Ejército para evitar el narcoestado; Brasilia debe
apaciguar a los indios carajás de su Estado amazónico. Nuestra
voluntarista experiencia federal resultó patética y cómica a partes iguales,
descontando la sangre derramada inútilmente. Nuestros constituyentes pactaron
bajo presión una Constitución Federal que no lo pareciera y huyera del
apellido. Si Corrientes (al noroeste argentino) tuviera nuestra Constitución no
sería independentista. En este mundo el federalismo solo es un mantra.
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