Hace unos días una conocida periodista televisiva con su carrera de
Ciencias de la Comunicación completa a sus esbeltas espaldas insistía en la
grandiosidad de esos peces llamados ballenas. Las familias australes de estos
pececitos paren en septiembre en las costas patagónicas y, por supuesto, no
desovan. Son mamíferos. Cuando las hembras saltan sobre las aguas del Atlántico
Sur resultan impresionantes sus tremendas mamas que eyectan la leche
blanqueando las aguas para que el ballenato pueda alimentarse. Que los cetáceos
sean mamíferos es algo más que un dato: es el misterio paleontológico de unas
especies que abandonaron la tierra para refugiarse en los océanos. Un amigo
publicista se empeñó en venderle a “Iberia” un video-clip sobre Anchorage,
plagado de imágenes de pingüinos, y costó Dios
y ayuda convencerle de que estos adorables pájaros patizambos y con
smoking nunca cruzan el Ecuador y jamás han estado en el hemisferio norte. En
este año, un examinando para plaza de maestro en Madrid escribía que Franco era
un primo hermano de Napoleón Bonaparte al que este había designado regente de
España. Tengo empatía con los hijos de mis amigos pero no me atrevo a hablar
con aquellos de partenogénesis haploide, ecuaciones dicofántícas o de los
números secretos entre el cero y el diez, aparte del número Pí. Además la cultura es lo que queda
cuando todo se ha olvidado. El informe PISA sobre niveles educativos nos tiene
en ascensor, subiendo y bajando la calificación, aunque siempre por debajo de
la media. Muy científico no es, porque ayer felicitaba a los países nórdicos y
hoy a grupúsculos poblacionales asiáticos, cuando los efectos cambiantes en los
sistemas educativos solo se advierten tras dos o tres generaciones. Nuestra
peor educación es la política; la diplomacia o la defensa no pueden cambiar
cada en cada legislatura, y la educación exige un gran acuerdo nacional a largo
plazo. Pero al considerar el PSOE que la enseñanza es cosa suya, exclusiva e
ideoligizable, la concertación es imposible, ni con Esperanza Aguirre, ni con
Pilar del Castillo ni con José Ignacio Wert. Y tras la irresponsabilidad
política viene el doble fracaso anunciado: el de alumnos indolentes e
insolentes y maestros, profesores y catedráticos que han dimitido de su secular
autoridad moral. Los dedos se nos hacen huéspedes y las ballenas ponen huevos
como las gallinas.
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