En la América hispana se
aprestan a conmemorar el bicentenario de su independencia de la corona de
España. El mosaico de los virreinatos era imposible descuartizarse de un día
para otro pero 1810 significó el final del imperio español. El virrey Cisneros,
último virrey del Río de la Plata convocó un Cabildo abierto y dimitió ante él
no ante el Rey Fernando VII, y así fue hasta que en Ayacucho en el Alto Perú
(en Quechua el lugar de los muertos) el Mariscal Sucre rindió al último ejército
imperial operativo en un paripé de
batallas con el objetivo de salvar el honor. Paradójicamente la tropa española
estaba integrada mayoritariamente por indígenas y la independentista por
criollos.
Con mejor o peor intención en los americanos preparan sus festejos mientras
en España no se piensa conmemorar nada, como no sean “los fastos de la crisis”.
Afirman los mastuerzos que las derrotas no deben celebrarse. Eso es convertir
la Historia en un Arco de Triunfo. Ha de estudiarse la independencia de América
igual que el hundimiento de la Armada Invencible. Las víctimas de nuestro
sistema educativo no pueden localizar en un mapa ciego las repúblicas
hispanoamericanas y no tienen la menor noción de cuáles fueron los procesos e
intenciones de la independencia criolla ni que Simón bolívar fue un petimetre
español humillado por la Corte española o que el General José de San Martin se
ganó las charreteras de Coronel de Caballería
luchando heroicamente contra los franceses en la batalla de Bailén.
Cádiz cantada por Lord
Byron, es la ciudad más vieja de occidente y, siempre adelantada históricamente
no podía dejar de rememorar “La Pepa” que empezó a elaborarse en 1810 y se
promulgó en 1812. Fue una Constitución para el Imperio no sólo para la
Península: delegados americanos se arriesgaron a cruzar el Atlántico ante la
llamada gaditana para salvar a una patria común. De los 3OO diputados, 60 fueron
de origen americano. Pero el ideario de la Revolución Francesa. En los primeros
días hubo propuestas de ultramar encaminadas a abolir el entramado colonial y
propiciar las bases de un mercado nacional con dimensiones hispánicas que abarcaran también a los territorios de
América, con reducción de aranceles hacia aquellos productos, apertura de más
puertos coloniales, etc. Con anterioridad de un siglo podíamos habernos
adelantado a la Commonwealth británica pero faltó grandeza y sobró el Rey
Fernando VII.
Cádiz es una ciudad bañada
por las luces del Mediterráneo y el Océano Atlántico que sorprenden al atardecer
entremezclándose en las piedras de
Puerta de Tierra. Fue sede de un gran proyecto nacional e intercontinental en
el que los Borbones dejaron de ser
propietarios de la Península y sus colonias. Cádiz con sus celebraciones sobre
“La Pepa” nos libran del ludibrio de
una ministra de Cultura atenta a financiar al “Sindicato de la Ceja” e ignara
sobre el bicentenario americano. Por cierto se reunieron en la Iglesia de San
Felipe Neri y abrió las sesiones un
obispo. Los liberales acogidos a sagrado.
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