Hace años hice con mi
doctora un viaje iniciático a la Isla de Cos, en el Dodecaneso, cuna de
Hipocrátes ( 450 a.de C. ), padre de la
medicina científica. Sentados en el suelo de su hemiciclo derrumbado todo era
desolación de piedras desmembradas atosigadas por el pasto, pero su nombre ha
sobrevivido a la lima de los siglos
porque en la era dorada de Pericles fue el primero en separar la medicina de la
magia, atender a los humores y considerar el cuerpo humano como un todo
interrelacionado. Suegro de Galeno, que dio apodo a los médicos, popularizó el
actual hula-hop para que las parturientas recobraran su cintura. El desarrollo
científico dejó obsoleta su primera medicina pero ha quedado imperecedero el
Juramento Hipocrático que imponía a sus alumnos haciendo de su profesión un
sacerdocio obligado a la conservación de la vida. Que hoy el Gobierno español y
un sector de la clase médica estén en la martingala de reglamentar la objeción
de conciencia permitiendo prácticas contrarias a la existencia humana es un
retroceso moral y ético de XXVI siglos. Mi oncóloga americana ha rechazado el
deshaucio de niños devorados por el
cáncer que hoy son padres de familia, y es que, como dice, morir bilógicamente
es bastante difícil, y hasta el óbito
todo es posible menos el encarnizamiento a sustituir por cuidados
paliativos. Algo le ocurre a Zapatero, y en particular a alguna de sus ministras, en su obsesión por
el sexo y la muerte, Eros y Tanatos. Habrá que llamar a Freud. Cuando una abortista como Bibí asegura que un feto es un ser vivo, pero no
humano, sin acertar a que especie pertenece, es que hemos vuelto a la medicina
prehipocrática de la brujería.
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