Recuerden uno de los
extravagantes diálogos de Groucho Marx:
“ Éstos son mis principios, y si
no le gustan tengo otros “.Ésa máxima define a P. Rubalcaba porque la ha sido
fiel en toda una vida de química política, aunque el candidato siempre tuvo
inclinación por la alquimia. Sus asesores de imagen merecen no cobrar la factura porque la
alopecia no resta votos desde Giscard D`Estaigne ( aunque Bono estime lo
contrario ) y la P. es innecesaria y americanizante cuando Zapatero animó a olvidar su apellido
materno. Rubalcaba a secas era su
bandera, para lo malo y lo peor. El candidato no sabe como resucitar el
empleo y el suyo es un farol electoral.
En el 82 Felipe prometió 800.000 puestos
de trabajo ni siquiera calculados por la
cuenta de la vieja sino a voleo. Zapatero nos aseguró el pleno empleo, y es que
los programas electorales no los redactan
los expertos sino los sociólogos
y el papel lo soporta todo. Rubalcaba tiene la fórmula del empleo como
la del crecepelo. Se ha lanzado a una
larguísima campaña electoral muy por delante
de los demás y necesita abrir los
telediarios todos los días con ronroneos zorrunos. Así hace dulcísimas objeciones
a la Banca por ser inmisericorde con sus deudores. La Banca tiene por
principio graparse al Gobierno de turno
y en lo último que piensa éste es
llevarse a estacazos con los banqueros. El Banco de España no se ha disuelto
tras el Banco Central Europeo, tiene un Gobernador socialista, y puede negociar
con la Banca sin que Rubalcaba haga de limosnero. Rasputín, Monje Negro de todos los pelajes socialistas,
P. hace campaña de cajón de sastre
porque sabe que no gana ni invocando a San Judas Tadeo.
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