24/7/11

TORMENTA DE LA TINTA (24-7-2011)

Resulta deliciosamente decimonónico en el siglo digital que muchas sedes de la Prensa británica se encuentren en la londinense Fleet Street: la calle de la tinta. Contra lo que se supone los periodistas somos escasamente corporativistas y dados a chanzas sobre nuestro menester: “No le digas a mi madre que trabajo en un periódico; ella cree que soy pianista en un prostíbulo”. Solo la peculiaridad del oficio de contar a los demás lo que pasa permite la tormenta sobre la tinta desatada en News Corp, el gigante mediático de Rupert Murdoch, a cuenta de medios inmorales para obtener información. Otros periodistas fariseos de todo el mundo se rasgan las vestiduras por la osadía de los tabloides en el Reino Unido cuando cometen fechorías parecidas en su propia casa, pero reconforta que el periodismo sea capaz de abrirse en canal y hurgar sus vísceras como ninguna clase política se atrevería a hacerlo. Todos los elementos del escándalo invitan al morbo: la primera fabrica mundial de información y entretenimiento; Rebekah Brooks, diablesa pelirroja, agresora de un marido, jefa de la división inglesa de News Corp, profesional del arribismo y el encanto; el director de Scotland Yard caído ante policías vendedoras de información reservada; un director de “The News of the World”, semanal de tirada millonaria, reconvertido en jefe de Prensa del Primer Ministro, Cameron; contrata de detectives privados como si fueran redactores de investigación; y masivas escuchas telefónicas ilegales que tanto dan para compulsar un suceso como para organizar un chantaje. Como guinda del pastel el reportero que destapó la olla, despedido de su periódico, cocainómano, alcohólico (las tres D del periodista: dipsómano, depresivo y divorciado), aparece misteriosamente muerto en su casa. El poderoso y centenario dominical ha cerrado, más que otra cosa por el boicoteo publicitario, y la compra de la televisora Sky por Murdoch ha sido congelada por el Parlamento británico. El “Premier”, David Cameron, ha tenido que interrumpir una gira africana para comparecer ante los Comunes y el imperio del octogenario, el 75% del cable, satélite y TV que se ve en el mundo y un monto de 6,2 billones de dólares, con b, ya está en reyerta entre tres esposas y cinco hijos  hermanastros, dos de la china kun-fú. Cuando pase la tormenta será bueno reflexionar sobre los límites del periodismo que no deben ser otros que los que establezca el juez de guardia porque la mejor ley de Prensa es la que no existe y la autorregulación es contingente, funciona o no funciona. El caso es que las nuevas tecnologías ponen al alcance de cualquiera la invasión telefónica o informática de la intimidad de los ciudadanos, y esa perversión está siendo utilizada por periodistas de todo el mundo. ¿Es lícito, moral y ético, lo que ha hecho otro australiano como Julian Assange difundiendo por Wikileaks documentación reservada de la Agencia de Seguridad Nacional y la CIA?. Al menos Daniel Elsberg filtró los papeles del Pentágono cuando era analista del mismo, y apechó con su infidelidad. ¿Es lícito, moral y ético pagar por la información o el espectáculo a un delincuente prófugo de la Justicia?. ¿Qué la constitucional intimidad de las personas quede al albur de lo que pague una televisora para aumentar  la audiencia. En el “Washington Post” ni la editora Katherine Grahan, el director Ben Bradle, o los reporteros Woodward y Berstein, espiaron o pagaron a nadie para armar el ejemplar Watergate.

Lutero sabía lo que hacía arrojando un tintero a la cabeza del diablo, que huyó espantado. Carlyle escribió que “la verdadera Iglesia de Inglaterra se halla constituida en estos tiempos por los editores de periódicos, porque ellos son quienes predican al pueblo cada día, cada semana”. El Presidente Thomas Jefferson vivió un calvario con los periodistas, y permanece su opción prefiriendo periódicos sin Gobierno a Gobierno sin periódicos. Pero pagando el precio cuando toque, como está haciendo el editor australiano-estadounidense.

N.B.- Que se calmen los remamahuevos que traen a colación a José María Aznar. Murdoch no tiene negocios en España ni los ha querido tener.

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