El párroco de un pueblito
castellano era un santo varón, pero imbuido por los ejercicios espirituales de
San Ignacio sometía a sus feligreses a unas homilías dominicales apocalípticas
sobre las infinitas penas del infierno hasta que un fiel le espetó: “Padre, ya
sabemos que no hemos de pecar, pero, por favor, no nos acojone”. Podríamos
decirle lo mismo al Gobierno a cuenta de los pecados capitales del sindicato de
controladores, club de intereses que lleva la penitencia en el linchamiento a
que ha sufrido. Y la ley de Lynch solo tuvo vigencia cuando quedarte sin
caballo suponía la muerte. También resultaron irritantes los pilotos de
“Iberia” hasta que la crisis del sector, las quiebras, las fusiones y la
reestructuración de su mercado laboral les dejó en empleados distinguidos. Un
hombre tan admirado por nuestros socialistas, como Reagan, despidió más de once
mil controladores sin cerrar el espacio aéreo ni generar caos, y resolviendo
hasta hoy las huelgas africanas en las torres.
El maniqueísmo de Ormuz y
Ariman conduce al pensamiento blanco. Ni el Gobierno está libre de culpas ni
los controladores son hijos de mala madre como les apostrofan los viajeros
perdidos. AENA (Gobierno) es el doctor Frankenstein que ha creado el monstruo,
por idiocia, irresponsabilidad, permitiendo que un controlador ganara novecientos
mil euros al año, haciendo extras hasta dormirse sobre la consola.
AENA-Frankenstein tenía que haber sido privatizada por el Gobierno mayoritario
de Aznar, y solo Dios sabe por qué no se
atrevió. Ahora los socialistas van a poner en almoneda y por porciones al
gigante recosido y no para financiar riqueza y empleo sino para pagar Deuda del
Estado. Con el precedente del cierre del espacio aéreo gallego (llave para
abrirse al Atlántico) el Gobierno sabía que habría plantón donde más pecado
hubiera y podía haber militarizado con tiempo al gremio sin desatar un huracán
sobre una taza de té. Pero esta firmeza de mentón alzado gusta a la sociedad.
El nuevo Gobierno de hierro ha impresionado dos telediarios, y había que hacer
algo. Llevamos en la masa de la sangre el placer por el puñetazo en la mesa y
el “usted no sabe con quién está hablando” y se ovaciona a los ministros jaque
que hinchan pecho. Había, además, que sacar a pasear a la Constitución. Con
esta machada llegan a las uvas.
La Constitución estadounidense
es la decana de las existentes porque ha sido continuamente enmendada
adaptándose a los tiempos. La británica carece de texto puntual, se nutre de
costumbres ancestrales y avanza con el Derecho consuetudinario. La españolas
han durado poco para su corrección y son prolijas hasta la nausea y de un
utopísmo que envidiarían los versos de
Tomás Moro. La de 1812 establece en su artículo 6 que es obligación de
los españoles ser justos y benéficos. La vigente, más larga que un día sin pan,
no es menos celestial y garantiza el trabajo con remuneración suficiente (45) o
vivienda digna (47), de lo que se infiere que unos cuantos millones de
españoles están fuera de la Constitución. No obstante la tenemos sacralizada y
para el voto municipal de los extranjeros comunitarios solo cambiamos una coma
para evitar un referéndum. Ni el Rey el 23-F ni Aznar el 11-M apelaron a las
cautelas constitucionales. Zapatero ya tiene su arterísco en la Historia por
tocar a rebato y poder inmovilizar personas, allanar, requisar o poner a un
ciudadano en trabajo forzado. Con el Congreso de asueto y el Rey en América. Demasiada alarma para españoles
alarmadísimos. La Constitución hay que tocarla como a las mujeres: pidiendo
permiso y con mucho cuidado.
Post scriptum.- UGT y CCOO
permanecen mudos porque no queriendo un ley de huelga ¿cómo van a mediar con
sindicatos profesionales que desprecian?.
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