Al cardenal Joseph
Ratzinger, electo Papa, le condujeron a la “habitación de las lágrimas”, donde
tantos de sus antecesores han llorado, para revestirlo con la talla grande, la
mediana o la pequeña, antes de exponerle en el balcón ante los fieles como
Benedicto XVI. Ratzinger agarró el “camauro” (un buen gorro de ceremonias, ya
en desuso) y los analistas advirtieron una regresión. “Simplemente tenía frio,
y soy sensible en la cabeza. De modo que me dije: ya que tenemos el “camauro”,
utilicémoslo. No lo he hecho más a fin de que no surjan interpretaciones”. Se
llevó su estudio y su biblioteca al Vaticano y pretendió trabajar, como
siempre, en pantalones, camisa y jersey, pero le impusieron la sotana de
continuo. Nunca pretendió otra cosa que ser profesor y ya en el cardenalato
tenía la vida entregada. Este alemán, soldado de antiaéreos, prisionero de los
estadounidenses, es reconocido mundialmente como el primer dogmático del
catolicismo, y su antecesor Juan Pablo II le hizo jefe de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, y con tales credenciales le recibieron con reservas
incluso sectores de la Iglesia. Era consciente de que le malinterpretarían con
inocencia o dolo e inició su pontificado con estas palabras: “Rogad por mí,
para que, por miedo, no huya ante los lobos”. El filósofo judío francés Bernard
Henry Lévy escribió cuando empezaron a aullar que “toda discusión sobre este
Papa estaba regida por prejuicios, falta de sinceridad y hasta por la más lisa
y llana desinformación”. Y es que ni le
escuchan ni le leen porque, paradójicamente, colmaría bastantes de las
aspiraciones progresistas: en mil años nadie se había acercado tanto como
Benedicto XVI a las Iglesias ortodoxas, considera pecado atentar contra el
medio ambiente, reprueba la injusticia, abomina la guerra y fustiga el turbocapitalismo
que amplía la brecha entre pobres y
ricos. En todo eso también es dogmático.
No se me alcanza otra
entrevista con el Papa, y la ha conseguido el periodista alemán Peter Seewald,
converso al catolicismo, amigo del Pontífice, en seis horas de conversación
abierta reunidas en un libro amenísimo, en pantuflas, apto para ateos,
agnósticos y, si se quiere, hasta para endemoniados, “Luz del Mundo”, editado
por “Herder”. Seewald no renuncia a su condición periodística y pregunta y
repregunta sobre la losa de pedofilia caída sobre las Iglesias de Estados
Unidos, Irlanda, Bélgica y Malta. En la Valetta, Joseph Magro, víctima de
abusos declaró: “El Papa lloró conmigo, a pesar de que no tiene culpa alguna de
lo que me sucedió”. El Papa condena la monstruosidad sin paliativos, no
consiente velos y exige colaborar totalmente con la Justicia civil. Admite
estar choqueado: “Es el misterio del mal. ¿Qué pasa por la cabeza de alguien
así cuando por la mañana se encamina hacia el altar y celebra el santo
sacrificio?”.
El Papa se refiere a un
relativismo nada moderno: “Ya en los años 50 se desarrolló la teoría de que la
pedofilia debía considerarse como algo positivo. Se sostuvo la tesis de que no
hay algo malo en sí mismo sino cosas relativamente malas. Lo bueno y lo malo,
se decía, dependen de las consecuencias”. A Marcial Maciel (Legionarios de
Cristo) le sitúa fuera de la moralidad, aventurero, disipado y extraviado. Se
siente abrumado por las victimas y no entiende la pedofilia salvo como
enfermedad mental. La posibilidad de que el papado abriera una tímida bisagra hacia
el preservativo ha sido portadas de diarios y noticieros a cuenta de este
libro. Mis colegas leen en el agua. Benedicto XVI ni mienta el acreditado
invento del doctor Condom y sostiene la
doctrina católica sobre la sexualidad y hasta lamenta la paulatina pérdida del
matrimonio monogámico. Como ha dicho el neocomunista italiano Massimo D´Alema
el Papa tiene simpatía por personas con intelecto y cultura, y está muy
interesado en su conexión con otros líderes monoteístas. Santo Tomás de Aquino,
por los católicos, Maimónides, por los judíos, y Averroes, por los musulmanes,
intentaron conciliar sus religiones con Aristóteles, no siendo comprendidos.
Para un intelectual como Ratzinger el reto mental es irrechazable aunque vaya
para siglos. ¿España?: “Allá existe una vitalidad de fe que los españoles
llevan en la sangre”.
“¿Teme un atentado?” :
“No”.
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