Por más que Mingote sea
académico por méritos sobrados y no por contubernios de saloncito, mis relaciones
con la Real Academia Española son de matrimonio mal avenido. La RAE abrevia el
alfabeto como si ahorrara ante la crisis y acoge por arrobas anglicismos,
galicismos y germanías de patio de presidio. En Hispanoamérica tuve serios
problemas de tráfico porque en toda la Panamericana no hay una sola señal de
“stop” y sí innumerables de “Pare”, y yo me paraba y no me movía ni la Policía
Caminera. De la misma forma jamás encontré un “Parking” aunque pasé por delante
de cientos de “Estacionamientos”, enceguecido
por mi necesidad de aparcar. No solo en Colombia se habla mejor español
que en la vieja metrópoli. No coincido con la definición de humorismo de la RAE
como peralte de lo risueño, cómico o ridículo. Eso resulta todos los días un
centón de políticos españoles y no los tenemos por humoristas. Si acaso
humoralistas por el desorden mórbido de sus males humores. Alfonso Ussía es
nieto del dramaturgo don Pedro Muñoz-Seca, cuya “La venganza de don Mendo” sigue
repitiéndose por televisión y de la que se prepara una enésima versión
cinematográfica. En las sacas madrileñas de 1936, cuando el orden público en la
Capital era responsabilidad de Santiago Carrillo, fue asesinado con otros miles
en Paracuellos del Jarama. Desvalijado dijo a sus sayones: “Tengo algo que no
me podréis quitar”. “¿Qué, la fe?”. “No, el miedo”. El humor ante la muerte
cierta es propio de una filosofía estoica de la desesperación, pero no oficio
de un hacedor de chistes en los monólogos del club de la comedia. No descarto
que lo de Muñoz-Seca sea una leyenda urbana, pero “si non en vero, e ben
trovatto”.
Lo de Antonio Mingote no
había sucedido antes: convertirse desde 1953 en una seña de identidad del
diario “Abc”, destacándose a veces sus
dibujos por encima de los editoriales. Con frecuencia ha ocupado toda la
primera página del periódico porque no se podía resumir más pulcramente la
noticia del día. Las señoras gordas y collaronas, los hombres flacos y
escépticos, la burguesía acomodaticia, los orates de las bombas, los bondadosos
desheredados que habitan bajo los puentes, toda la sociedad española se ha
visto alguna vez en sus viñetas. Mi adicción por Ussía y Mingote me lleva a
abrir por lo suyo sus respectivos periódicos, bebiéndome la mala leche del
primero y luego remansándome con el segundo más dado a la caridad cuando le
pete. Con el País Vasco tronando, Rosa Díaz, consejera de turismo de aquel
Gobierno, lanzó el lema de “Ven y cuéntalo”. Mejor hubiera dicho: “Vendrás y no
volverás”. La doña, que descubrió tardíamente el déficit de libertad en el
socialismo de Zapatero, pretendió procesar a Mingote por dibujar
franciscanamente la evidencia. Mi interés por Mingote es tanto que me obsesiona
la grafía de la “g” en su firma, y me lo voy a hacer ver por un grafólogo.
Alfonso Ussía es otro genio
que nos hace el favor de ser tan distinguido cuando escribe o cuando conversa.
Nos conocemos desde que nos afeitábamos mal y nunca le he visto explícitamente
enojado o con la inelegancia de una palabra de más aunque sabe dar coces en la
boca, pero con herradura de goma. Otra leyenda alude al marqués de Sotoancho.
El prócer, decidió deambular por su mansión completamente desnudo. La esposa
precedía tocando la campanilla advirtiendo: “El señor, el señor”, para espantar
al servicio. Una doncella nueva, al oír el alboroto, cayó de hinojos creyendo que
se aproximaba en exposición el Santísimo Sacramento. A lo mejor fue una broma
de don Juan de Borbón de quien Ussía fue mejor amigo.
Ussía ha sido desde joven
muy popular por su presencia en radio y televisión, a más de sus artículos, y
su don para las imitaciones, sobre todo de sudamericanos, para mi desgracia
porque me hace reír aún cuando casi soy
de allí. Veinticuatro libros (algunos con Mingote) más diez de la saga
Sotoancho, y el González Ruano o el Cavia por un conmovedor artículo sobre la
trata de blancas, me tienen en vilo por saber de donde obtiene el tiempo y como
conserva el humor tras tanto trajín. Ambos firman en “Planeta”, “¡Que se
vayan!”. Ya tengo obsequio inteligente para estas Pascuas.
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