Wikileaks es un
dominio manipulado por Julián Assange,
reclamado por Suecia por presuntos delitos sexuales, que desprecia el periodismo por tratar como
niños a los recipiendarios de la información. En 1971, Daniel Ellsberg,
analista del Pentágono, filtró a “ The New York Times “ 7.000 páginas sobre la
intervención en la Guerra de Vietnam.
Fiel a sus principios morales, perdió su carrera y no se lucró. El
australiano, tras los papeles de Irak,
difunde las picardías de Condolezza Rice
e Hillary Clinton sonrojando a la diplomacia americana. No informa porque propala toneladas métricas de documentos imposibles de procesar por los ciudadanos, pero sí por Estados hostiles u organizaciónes terroristas . Sólo publica la ropa interior de
las democracias occidentales, respetando la opacidad de dictaduras ominosas.
Sorprende que no se sepa para quién trabaja el corsario, al que busca Interpol porque entre la inabarcable información clasificada que volantea hay
daños colaterales: deducción de identidades y metodologías civiles y militares, y malestar personal entre los aliados. Los papeles reservados han
de publicarse tras hacerlos digeribles
para la opinión pública, separando el grano de la paja, preservando vidas u
operaciones bélicas en curso, no pagando
jamás y sopesando si darlos a la luz beneficia más a la sociedad de lo que la
pueda perjudicar. Eso es periodismo. Lo
de Assange es oficio de peristas.
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