Un 12 de octubre me acerqué
a la recepción de la Embajada de España en Buenos Aires y encontré la vereda
llena de cristales. Pregunté al embajador: “¿Han apedreado las vidrieras?”.
“No-contestó-; han venido los indígenas y nos han devuelto los espejitos”. El
Día de la Raza era de los amerindios. Siempre hemos padecido ese complejo que
no afecta a otras potencias coloniales más depredadoras que la conquista
española, y hasta hemos hecho introspección autodestructiva de la leyenda negra
que tuvo entre nosotros no pocos hacedores. El hispanista Henry Kamen subraya
que los titanes del Descubrimiento carecen de pedestal. No tenemos un interés
particular por Hernán Cortés o Francisco Pizarro. Los españoles, escribe Kamen,
aprecian pero no estudian la España imperial. Cortés no es un héroe nacional;
no sale en la literatura. En España los héroes son parciales, regionales o de
partido. Lo único bueno que alumbró la Guerra Civil fue un sólido pelotón de
hispanistas, la mayoría británicos, que empezaron desentrañando el fratricidio
y continuaron estudiando un extraño país entre Europa y África que había
desdoblado el Mapamundi antes de postrarse. La tan cacareada globalización
viene de lejos, de cuando Cristóbal Colon largó el ancla en la Hispaniola, y la
completaron, también españoles, abriendo la navegación entre México y las
Filipinas. Lo que hoy llamamos globalización solo es arancel, política
financiera y libre tránsito.
Lord Thomas de Swynnerton, Hugh
Thomas, al que le falta un título nobiliario español, publica “El imperio
español de Carlos V “en “Planeta”, título equivoco aunque no equivocado. Es
obra medianera de una trilogía que comenzó con la llegada a América bajo los
Reyes Católicos y terminará con los años de Felipe II. Cada libro, empero, es
una entidad que se puede leer independientemente, y el conjunto se prevé
imponente. Esta obra es el análisis de las andanzas épicas y patéticas en el
Nuevo Mundo de Cortés, los Alvarado en Guatemala, Pedrarias en Panamá y el
Perú, Guzmán en Nueva España, los hermanos Pizarro, Narváez y Cabeza de Vaca,
Ordás en el Orinoco y Heredia en Cartagena de Indias, Montejo en Yucatán,
Valdivia y Chile, Hernán de Soto en Florida, Pedro de Mendoza en Buenos Aires y
Asunción, Bartolomé de las Casas y Sepúlveda, todos ellos un poco hijos
pródigos ante el telón de un Carlos I de España y V de Alemania más interesado
por sus problemas europeos que por los americanos.
El brillante Hernán Cortés,
hábil militar y diplomático, el único universitario de los Adelantados, murió
villano en España sin lograr audiencia con el Emperador, perseguido por la
sospecha de haber envenenado a su esposa
por su amor a Malinche, la distinguida india que le sirvió de consejera y
traductora y que ha bautizado como “malinchismo” el precedente psiquiátrico del
“Síndrome de Estocolmo”. Los capitanes españoles se asesinaban entre sí, se
violaba el secreto de confesión para urdir denuncias y traiciones, y Hernando
tuvo suerte pasando 23 años preso en el castillo de la Mota. Thomas no lo
califica tan contundentemente pero Francisco Pizarro, a más de aguerrido y
audaz, fue un psicópata que sumaba el asesinato con la rapiña. Asesinado
Almagro los almagrístas entraron en armas en la casa de Pizarro (el actual Palacio Presidencial de
Lima) encajonándole en un pasillo. Murió santiguándose con su propia sangre.
Cabeza de Vaca quedó solo en el delta del Misisipí, desnudo y descalzo, hizo de
intermediario con los indios y por meses fue esclavizado por ellos; recorrió a
pie lo que hoy es Texas y México hasta Veracruz, donde pudo embarcar. Un
antecedente de Robinson Crusoe. Juan Díaz de Solís entró en el Río de la Plata
y en la isla de Martín García los querandíes le hicieron lonchas, en vivo,
poniéndolas al fuego e inaugurando los asaditos porteños. Caboto exploró el
estuario y envió algo de plata al Emperador, quedando bautizado el gran río y
Argentina, aunque allí no hay pepita del blanco metal que llegaba del Perú y
Bolivia.
Los Adelantados obtenían
encomiendas de tierras incluidos sus pobladores y ya en 1512 las leyes de
Burgos trataron de impedir la esclavitud de los indígenas. El debate sobre la
humanidad de los indios entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda,
favoreció las tesis humanitarias del primero que llegó hasta justificar los
sacrificios humanos recordando a Abraham. Principales españoles fueron
ejecutados por no tratar a los indios como súbditos con derechos. Leo que
quieren hacer un Parador en el Monasterio de Yuste. La alcoba humildísima, la
cama destartalada con dosel raido, los relojes que entretenían las horas del
Emperador, el retrato de su amor Isabel de Portugal… Como es una atrocidad, se
hará.
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