Cuando encuentro a Santiago
Carrillo le saludo y estrecho su mano aunque solo por empatía a un hombre que
debió comenzar a fumar en cadena en su más tierna infancia y a su provecta edad
continúa echando humo en fumarola. Siempre le pregunto por su pacto con el
demonio del alquitrán y contesta que en cuanto el tabaco le dañe lo dejará. Es
un ejemplo vivo de la reconciliación de los españoles. A su regreso legal a
España la todavía policía franquista temía que le asesinaran. La matanza de los
abogados comunistas de Atocha pudo haberle apuntado a él de no estar hiperprotegido.
Iniciado el aterrizaje en Barajas, yendo Carrillo de pasajero, el piloto
inclinó el avión, comunicando: “A la derecha podrán contemplar ustedes el
maravilloso paisaje de Paracuellos del Jarama”. Se hacían pintadas por las
calles: “¡Muerte al cerdo de Carrillo!”. Y algún chusco escribía debajo: “Cuidado
Carrillo, que te quieren matar al cerdo”. Traicionó al PSOE, que ahora tanto le
mima, llevando las Juventudes socialistas al Partido Comunista, y retirándole
la palabra de por vida a su padre, el pablísta Wenceslao Carrillo. No soy su
juez pero como estudioso de la guerra civil no acabo de casar su
responsabilidad como delegado de orden público de la Junta de Defensa de
Madrid, presidida por el general Miaja, con su inacción ante las sacas de las cárceles
y el epílogo de Paracuellos. El caso es que la amnistía de 1978 cerró aquel
capítulo y que la política de reconciliación nacional ya fue predicada por
Carrillo desde que viró al eurocomunismo siguiendo los pasos del líder italiano
Enrico Berlinguer. La memoria histórica no necesita ninguna ley, a menos que
sea revisionista, y Carrillo es paradigma de ello. Reconciliados en la
Transición política aquí nadie ha osado tomar alguna venganza por su mano. Que
Dios y la nicotina le den salud.
Santiago Carrillo publica
en “Planeta”, “La difícil reconciliación de los españoles. De la dictadura a la
democracia”. Se trata de una recopilación de textos ya editados, o de discursos
pronunciados, más un par de reflexiones actuales inéditas, expurgadas sobre el
hilo conductor del cambio pacífico en España propuesto por el PCE en
Checoeslovaquia en el verano de 1956. La anticipación en el mensaje no se le
puede hurtar a este hombre. De reconciliación en reconciliación nos lleva el
autor como geishas por arrozal hasta una científica reivindicación de Marx,
entendible, y la posibilidad de un Apocalipsis nuclear. Carrillo se pregunta si
un día los emigrantes no vendrán en calidad de guerreros, y traslada la lucha
de clases al abismo entre países ricos y pobres. Pese a la crisis del
movimiento comunista no da por muerta a la izquierda y ve en Latinoamérica
“cambios muy serios, con líderes y partidos nuevos y con aspectos muy
originales”. Mi modesta opinión personal es que el socialismo emergente
Iberoamericano es mucho más dañino para el hombre que el nuevo socialismo
español.
Para Carrillo el
proletariado como agente revolucionario podría ser sustituido por las naciones
explotadas por el capitalismo occidental. Pensaba el autor que la
militarización nuclear y la división en dos bloques impedía una nueva guerra
mundial. Hoy ya no está tan seguro: “Con los focos de guerra que existen en
varios lugares del globo, de cuyo estallido no son inocentes potencias
extranjeras; con la guerra económica que estamos viviendo ya, y el aumento de
los presupuestos militares, ¿quién garantiza que no puede desencadenarse una
guerra? en un mundo en que el racismo, la xenofobia y la violencia crecen
alarmantemente”. Creo haber escuchado recientemente a Carrillo que el islamismo
fundamentalista será el verdugo final del capitalismo. Para que no cunda la
degollina está la Alianza de Civilizaciones patrocinada por el padrino del
autor.
Mueve a sonrisa pícara que
el libro contenga 52 entradas sobre el catolicismo, entre dulces objeciones o
respetuosas admoniciones, contra solo 11 sobre Karl Marx, 17 a la República o
al propio PCE, 2 a Felipe González y 1 a Zapatero. Incluso puesto a citar al no
periclitado Marx, rescata precisamente esta cita:”La burguesía ha ahogado el
sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el
sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”.
Eso no lo suscribe Rodríguez Zapatero y podría asegurarlo el Cardenal
Ratzinger.
Por eso cada vez que le
encuentro me recuerda al padre pitillo. Tenemos memoria histórica, personal y
subjetiva, y no necesitamos reconciliarnos.
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