23/1/11

EL PADRE PITILLO (23-1-2011)

Cuando encuentro a Santiago Carrillo le saludo y estrecho su mano aunque solo por empatía a un hombre que debió comenzar a fumar en cadena en su más tierna infancia y a su provecta edad continúa echando humo en fumarola. Siempre le pregunto por su pacto con el demonio del alquitrán y contesta que en cuanto el tabaco le dañe lo dejará. Es un ejemplo vivo de la reconciliación de los españoles. A su regreso legal a España la todavía policía franquista temía que le asesinaran. La matanza de los abogados comunistas de Atocha pudo haberle apuntado a él de no estar hiperprotegido. Iniciado el aterrizaje en Barajas, yendo Carrillo de pasajero, el piloto inclinó el avión, comunicando: “A la derecha podrán contemplar ustedes el maravilloso paisaje de Paracuellos del Jarama”. Se hacían pintadas por las calles: “¡Muerte al cerdo de Carrillo!”. Y algún chusco escribía debajo: “Cuidado Carrillo, que te quieren matar al cerdo”. Traicionó al PSOE, que ahora tanto le mima, llevando las Juventudes socialistas al Partido Comunista, y retirándole la palabra de por vida a su padre, el pablísta Wenceslao Carrillo. No soy su juez pero como estudioso de la guerra civil no acabo de casar su responsabilidad como delegado de orden público de la Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general Miaja, con su inacción ante las sacas de las cárceles y el epílogo de Paracuellos. El caso es que la amnistía de 1978 cerró aquel capítulo y que la política de reconciliación nacional ya fue predicada por Carrillo desde que viró al eurocomunismo siguiendo los pasos del líder italiano Enrico Berlinguer. La memoria histórica no necesita ninguna ley, a menos que sea revisionista, y Carrillo es paradigma de ello. Reconciliados en la Transición política aquí nadie ha osado tomar alguna venganza por su mano. Que Dios y la nicotina le den salud.

Santiago Carrillo publica en “Planeta”, “La difícil reconciliación de los españoles. De la dictadura a la democracia”. Se trata de una recopilación de textos ya editados, o de discursos pronunciados, más un par de reflexiones actuales inéditas, expurgadas sobre el hilo conductor del cambio pacífico en España propuesto por el PCE en Checoeslovaquia en el verano de 1956. La anticipación en el mensaje no se le puede hurtar a este hombre. De reconciliación en reconciliación nos lleva el autor como geishas por arrozal hasta una científica reivindicación de Marx, entendible, y la posibilidad de un Apocalipsis nuclear. Carrillo se pregunta si un día los emigrantes no vendrán en calidad de guerreros, y traslada la lucha de clases al abismo entre países ricos y pobres. Pese a la crisis del movimiento comunista no da por muerta a la izquierda y ve en Latinoamérica “cambios muy serios, con líderes y partidos nuevos y con aspectos muy originales”. Mi modesta opinión personal es que el socialismo emergente Iberoamericano es mucho más dañino para el hombre que el nuevo socialismo español.

Para Carrillo el proletariado como agente revolucionario podría ser sustituido por las naciones explotadas por el capitalismo occidental. Pensaba el autor que la militarización nuclear y la división en dos bloques impedía una nueva guerra mundial. Hoy ya no está tan seguro: “Con los focos de guerra que existen en varios lugares del globo, de cuyo estallido no son inocentes potencias extranjeras; con la guerra económica que estamos viviendo ya, y el aumento de los presupuestos militares, ¿quién garantiza que no puede desencadenarse una guerra? en un mundo en que el racismo, la xenofobia y la violencia crecen alarmantemente”. Creo haber escuchado recientemente a Carrillo que el islamismo fundamentalista será el verdugo final del capitalismo. Para que no cunda la degollina está la Alianza de Civilizaciones patrocinada por el padrino del autor.

Mueve a sonrisa pícara que el libro contenga 52 entradas sobre el catolicismo, entre dulces objeciones o respetuosas admoniciones, contra solo 11 sobre Karl Marx, 17 a la República o al propio PCE, 2 a Felipe González y 1 a Zapatero. Incluso puesto a citar al no periclitado Marx, rescata precisamente esta cita:”La burguesía ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”. Eso no lo suscribe Rodríguez Zapatero y podría asegurarlo el Cardenal Ratzinger.

Por eso cada vez que le encuentro me recuerda al padre pitillo. Tenemos memoria histórica, personal y subjetiva, y no necesitamos reconciliarnos. 

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