Durante la segunda Guerra
Mundial Gabrielle “Coco” Chanel permaneció en Paris con la boutique abierta
frente al “Ritz” donde tuvo habitación por treinta años. Era políticamente
lerda pero su amante de entonces era un oficial alemán, von D., aristócrata de Hannover,
dos metros, rubio de ojos azules, caballero esbelto, frívolo y trece años más
joven que ella. Arquetipo de los hombres que la gustaban. Vestido de civil no
parecía concernirle la matanza universal dedicándose a desconocidas tareas de
inteligencia. Pese al fracaso del vuelo de Rudolf Hess a Inglaterra, la pareja
urdió un plan para firmar la paz en el Oeste y seguir luchando en el Este.
Mucha gente se implicó y el todopoderoso Heinrrich Himmler dejó hacer a su mano
derecha, el coronel Schellenberg, otro tan ligero que ingresó en las SS porque
le gustaba el uniforme. Quedó enterado el conde Bernadotte, responsable de la
Cruz Roja Internacional. Gabrielle en su recorrido arribista por las
aristocracias europeas había hecho buena amistad con la familia Churchill con
la que solía cazar junto a su amante el duque de Wesminster, pero su puerta
estaba en Madrid y el Embajador Sir Samuel-Hoare la despachó con cajas
destempladas, informando a Londres. Fracasó la “Operación Sombrero de Modelo”,
pero dejó pistas. Tras la invasión de Normandía Schellenberg (condenado a seis
años en Nuremberg), von D. y “Coco” se refugiaron en Suiza donde ella tenía su
fortuna. Tuvo el valor, o la inconsciencia, de regresar y la estaban esperando
en el “Ritz” deteniéndola de mala manera. A las “ratas grises” que habían
confraternizado con el enemigo las rapaban y daban ricino pasándolas por las
calles. A “Coco” podían acusarle de alta traición y espionaje. Quizá no la
hubieran fusilado por su renombre pero hubiera ido a la cárcel, habrían
embargado sus bienes y estigmatizado su nombre y su marca comercial. El general
De Gaulle recibió una llamada de Londres y devolvieron con mimos a Gabrielle a
su hotel. Quien había telefoneado era Sir Winston Spencer Churchill.
Gabrielle nació en un pozo
de miseria rural, con un padre feriante y ausente, hermanos desharrapados y una
madre que no rebasó los 36 años. Hospiciana desde los doce a los dieciocho años
su incultura era enciclopédica, lo que no fue óbice para que llegara a tutearse
con Diaguilev, Renoir, Cocteau, Picasso, Juan Gris, Stravinski, Paul Morand,
Verlaine, Lautrec, Ravel, Mallarmé, Collete, los Rostchild, la crema de
Hollywood y la nata de los duques británicos y las princesas rusas. Excepto con
un par de hermanos rompió de por vida con su numerosa familia sobre la que
hecho toneladas de olvido. Luego se decía de ella que era una charlatana pero
que jamás hablaba de sí misma. Incluso su edad fue un misterio ya que cambió en
varias ocasiones su fecha de nacimiento (se quitaba seis años) calculándose que
falleció en su “Ritz” a los 88 años. La necesidad la hizo modistilla de las que
van a coser a domicilio. Con la necesidad como acicate intentó cantar y ser
vedette, sin la menor capacidad para ello, en tugurios militares donde la soldadesca
la gritaba “Coco”, rebautizándola. Mantenida por hombres casados que
garantizaban su soltería (tenía matriz infantil), dos de ellos financiaron sus
primeros establecimientos en Paris. No era hábil con la aguja pero veía en la
nada e impuso su estilo a las mujeres. Empero su pasión fueron los caballos,
siendo magnifica amazona. A los 81 años aconsejaba a las amigas: “Para montar
bien hay que imaginar que una tiene un precioso par de cojones y no apoyarse en
ellos”. Alcanzó la meta con un perfume. El químico Ernest Beaux la propuso una serie
de frasquitos con 80 ingredientes distintos. “Coco” eligió el nº 5 que sigue
siendo exclusivo. Beaux desapareció sin ser recompensado. Vendió todos los
derechos a un industrial judío y aprovechando su exilio y sus amistades nazis
intentó en vano retractarse. “Coco” no fue una
buena mujer ni su origen justifica sus actos. Su lema: “Para un mujer
traicionar solo tiene un sentido: precisamente el de los sentidos”. Mantuvo a
von D. en Suiza, pagó sus tratamientos oncológicos y sufragó su sepultura, pero
no fue a verle. Se fue a Hollywood y vistió las películas de Samuel Goldwyn,
compró castillos y nunca fue feliz. Monsieur Ritz advirtió que “Coco” salía por
las noches sonámbula, desnuda, de sus habitaciones, y la puso una doncella de
guardia. Murió de nada, de vieja, sin otra compañía que la camarera, diciendo:
“Así se muere uno”, hace 40 años. “Lumen” ha reeditado “Descubriendo a Coco” de
la reputada Edmonde Charles-Roux, premio Goncourt y miembro de esta Academia.
Absténgase los que esperen una biografía escandalosa.
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