Unos amigos copeábamos con
Joaquín Leguina, a la sazón presidente socialista de la Autonomía madrileña, y
nos contó, estupefacto, su último encuentro con Felipe González. El Presidente
le llamó a la Moncloa y le hizo el paseíllo por los jardines hasta la plantación
de los bonsáis que siempre enseñaba. Detuvo el paso y le preguntó a bocajarro:
-Joaquín, ¿tu follas?.
Leguina, perplejo, dudó
unos instantes y contestó:
-Presidente, se me ha
olvidado hasta la postura.
Entre carcajadas ninguno
supimos desentrañar la intención sicalíptica de Felipe.
Leguina acaba de publicar
un texto corajudo sobre el antifranquísmo oportunista en “La esfera de los
libros”: “El duelo y la revancha”. Dos citas sostienen el espíritu del libro.
“Cuando se muere un dictador los valientes hacen cola para derrocarlo”, del
ex-Presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, y “Yo pensaba que los
intelectuales amaban, sobre todo, la verdad, pero comprobado que muchos de
ellos prefieren la popularidad”, de Bertrand Russell. Cabría una tercera del
cineasta mallorquín Agustí Villaronga: “La guerra civil es un gran cubo lleno
de mierda y si metes la mano ahí ya sabes lo que te espera”.
El autor se sorprende ante
el desparpajo del juez Garzón armando una causa general contra el franquismo
como la que Franco organizó a la II República, saltándose todas las normas
jurídicas que le obligaban, al fiscal Zaragoza y a la Sala de lo Penal de la
Audiencia Nacional. Un “remake” de la noche de los muertos vivientes, siguiendo
la traca mental del zapaterísmo según la cual la transición política fue fruto
de la cobardía y no de una reconciliación nacional, sino del ansia de otorgar
impunidad a los franquistas. El zapaterísmo no da por finiquitada la guerra
civil y aspira a un póstumo triunfo moral republicano mediante instrumentos
como la Ley de Memoria Histórica y las referencias inoportunas y parciales al
abuelo del Presidente de quien no se sabe si le fusilaron por leal o por
rebelde. El autor es sarcástico con la monomanía de desenterrar como símbolo
arrojadizo los huesos de Lorca, a lo que se opone la familia: ¿qué periódico
está dispuesto a perderse una foto de la calavera de Lorca?. Joaquín Leguina
tiene que preguntarse como el santo Job: ¿pero que le debe el PSOE al juez
Garzón para que le tiremos tan servilmente de la levita?. Los “hooligans” del
juez universal o no habían nacido en 1936 o se hicieron franquistas en 1975, y
a moro muerto gran lanzada. Frente a las escasas perspectivas que ofrece el
futuro, cambiemos el pasado; o aquello de que en Alemania cuanto más lejos
queda el nazismo, más antinazis hay.
Hasta Santiago Carrillo,
hoy mimado por el INSERSO socialista, basó durante décadas su comunismo en la
reconciliación nacional que hoy desde el PSOE se horada con el berbiquí del
revisionismo histórico. La Ley de Amnistía de 1977 es preconstitucional, sí,
como tantas otras, pero no puede derogarse sin un suicidio político colectivo,
porque supondría volver a la transición pero en clave rupturista y todos a
palos. Lo que no casa es aquella amnistía con pedir el certificado de defunción
de Franco y sus generales. Joaquín Leguina se muestra como el último
austrohúngaro o el penúltimo socialista de la balsa, con su pulcro bigotito,
maneras aristocráticas y su socialismo razonado
fruto de la Economía, la Demografía y la Estadística que anudan su formación
intelectual inmune al caldo de cerebro de la termocefalia. “No hace falta echar
mano de complicados cálculos y sofisticadas estadísticas para rebajar los humos
de cuantos predican las bondades redistributivas de este Gobierno: el 90% de la
recaudación del IRPF proviene de los asalariados”. El autor recuerda que
cambian hasta las piedras menos algunos socialistas de alquiler de los que se
ha rodeado Zapatero para erigir su nuevo socialismo con ladrillos en vez de
libros. Por sus críticas a lo que viene
haciendo Rodríguez Zapatero, Leguina se tira la primera pedrada: “Acertar antes
de tiempo es también equivocarse. Espero que pronto escucharé a muchos de los
que ahora me critican de buena fe venir a decirme: que razón teníais”.
Este libro se quemará
literalmente en el predio que ocupaban los bonsáis, pero en él demuestra
Joaquín Leguina que ya ha recordado la postura.
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