27/1/11

REIVINDICACION DE FELIPE V (27-1-2011)

Los grandes historiadores, zambullidos en archivos, olvidan en ocasiones la personalidad psicosomática de los actores de los hechos, y luego tiene que venir un doctor Marañón a explicarnos que Enrique IV el Impotente sí pudo ser padre de la Beltraneja, lo que hubiera modificado el camino de España. Henry Kámen, uno de los más distinguidos hispanistas que ha dedicado su vida a estudiarnos y entendernos por encima de nuestras propias filias y fobias, hace más entendible a nuestro primer Borbón anotando el desorden neurobiológico grave que le afectaba y que pudo heredar de su madre, de la familia Wittelsbach, en Baviera. Hoy lo tendríamos por bipolar, paciente de tristeza maligna o maniaco-depresivo de periodo corto. El siglo XVIII no fue fuerte en psico-psiquiatría y los males del monarca se interpretaron como indolencia o cabalgadura entre la lucidez y la imbecilidad. Un informe de cámara confirma que el Rey cenaba a las cinco de la mañana con las ventanas cerradas. Iba a la cama a las siete de la mañana y se despertaba y tomaba su desayuno a las doce del mediodía. A la una de la tarde, se levantaba y se vestía, oía su misa matinal a las tres de la tarde, y al cabo de un rato almorzaba. Después de la comida no tomaba siesta y estaba en su cuarto divirtiéndose con los relojes, leyendo o haciéndose leer, hasta las dos de la madrugada en que llamaba a los ministros para el despacho. Su gran Primer Ministro, Patiño, murió inesperadamente de este horario. Visitantes de La Granja de San Ildefonso testimoniaban que el Rey emitía  unos aullidos que espantaban y que una noche aulló desde medianoche a las dos de la madrugada. No dieron con otra terapia que traer de Londres al gran castriti, Farinelli, para cantarle arias, que le calmaban, aunque exigía que le repitieran incesantemente cinco de ellas. Isabel de Farnesio, una de las mejores reinas de España, culta, refinada, mecenas de las artes, hábil diplomática, inteligente y leal a su marido, procuraba ocultar estos desvarios, porque el resto del tiempo el Rey estaba atento, diligente y en sus cabales. El 9 de julio de 1746 tras despachar con los ministros en el Buen Retiro, durmió hasta las doce diciéndole a Isabel que tenía vómito. El médico estaba fuera, a Felipe se le hinchó el cuello y la lengua y falleció en segundos. Limpiando el cadáver con esponjas, la piel salía a tiras porque nunca se lavaba y hubieron de dejarle sucio. Tenía 62 años. Una tragedia porque Felipe V no era indolente, ni falto de talentos y se esforzó por hacer su trabajo, pero no podía luchar contra una enfermedad hereditaria que ni siquiera estaba diagnosticada, lo que no impidió que sus adversarios y enemigos le lincharan con epítetos y que su figura quedara deformada por siglos ante los propios españoles.

Kamen publica en “Temas de hoy” este “Felipe V” que de seguro tendrá ampliación porque es difícil seguirle la pista documental al Rey. En la Nochebuena de 1734 el Alcázar de Madrid (donde ahora asienta el Palacio de Oriente) ardió como en combustión espontánea quedando en pavesas los documentos de la Corona y los papeles de Estado, los archivos de Marina, Indias y Hacienda, y más de 500 lienzos, entre ellos obras de Rubens, Van Dyke, Tintoretto y Velázquez. Hubo que derribar los muñones de los muros. Los Austrias habían dejado España declinante y el cambio de dinastía despertó la codicia de Europa. El Rey Sol despidió al duque de Anjou antes de ser Felipe V: “Ya no hay pirineos”, propiciando un solo pueblo franco-español. Pero Felipe nunca abjuró del reino de España. Y traía la modernidad. Al entrar en Madrid la Inquisición le invitó a un auto de fe y declinó su asistencia ofendiendo al clero. La Guerra de Sucesión fue inevitable y el país se vio inundado por tropas extranjeras con consecuencias que se arrostran hasta hoy, como Gibraltar o la inquina catalana por la pérdida de sus fueros y el Decreto de Nueva Planta. La abolición de los fueros de Aragón no fue absolutismo francés sino centralismo castellano, y Felipe preservó los de Navarra y las vascongadas. A los 23 años de reinado Felipe e Isabel eran conscientes de no ser queridos por los españoles, y la enfermedad del Rey y su misticismo le incitaron a la abdicación en su hijo Luis I de España, retirándose el matrimonio a los bosques de Valsaín. Las viruelas mataron a Luis I a los 7 meses de reinado, volviendo la corona al enfermo padre, que culminó mal que bien los cimientos del Estado moderno español. El pueblo no le comprendió y él tampoco podía entenderse a sí mismo. Biografía académica y apasionante, de lectura obligada para nacionalistas catalanes y para la familia. 

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