Ni la Stasi de Markus Wolf,
un periodista reciclado, previó la caída del muro de Berlín. Ningún servicio de
inteligencia discernió que un joven vendedor ambulante tunecino incendiara,
suicidándose a lo bonzo, la cornisa pobre del Mediterráneo. El Magreb, el otro
muro de contención frente al balneario europeo, y que se está desmontando por
ladrillos. El cinismo, la hipocresía y el fariseísmo de Europa, EEUU y, subsidiariamente, Israel y Jordania, han conducido al mayor
error de apreciación desde la carga de la Brigada Ligera en Balaklava. Por contener a los Hermanos Musulmanes de
Egipto y sostener el reconocimiento israelí, Barak fue mimado y armado por Occidente. El tunecino Ben Alí
era protegido de la metrópoli francesa.
A Hussein padre de Abdala de Jordania se le perdonó el setiembre negro,
genocidio palestino. Cuando el argelino
Bouteflika anuló las elecciones ganadas
por el fundamentalista GIA, miramos para otro lado porque olía mucho a
gas. Cuando Marruecos nos escupe decimos que llueve, porque la teocracia
respaldada por Francia y EEUU es una zanja contra el fundamentalismo.
Mauritania, en el borde de Al Qaeda del Sahel,
es una timba de chusqueros que reciben dinero de bolsillo y aviones
gratis. Recetarles democracia, cuando por décadas les hemos prescripto
satrapías y violación de derechos humanos como pecado venial, es propio de la
duermevela occidental, anestesiada, que
no advierte que la caída de éste otro
muro, abre un explosivo teatro de conflictos en las narices de la más exhibicionista prosperidad.
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