En el salón de la vasería
de la Generalitat escenificó Zapatero su geografía parlamentaria variable y su
compromiso con los nacionalismos periféricos de tratar a la segunda fuerza
política del país, a la mitad de España, como a una tropa extramuros del
Congreso. En una reunión actoral del madrileño Círculo de Bellas Artes el
interesante actor hispano-argentino
Héctor Alterio enfatizó que había que colocar un cordón sanitario en torno al
Partido Popular, confundiendo al PP con la Triple A que le obligó a exilarse.
Los artistas analizan emocionalmente y, así Pedro Almodóvar denunció las
intenciones de Aznar de dar un golpe de Estado tras el 11-M. Como les tenemos
como niños sus disparates son gratuitos. La recepción de Bono con el pretexto
de la Constitución ha sido el revés de la trama de lo que ha estado ocurriendo
los últimos siete años y ha tenido el aroma de “Baile en Capitanía” de
Agustín de Foxa, buen escritor y
personaje de si mismo que saldrá del limbo progresista: “¿Cómo no voy a ser de
derechas si me gusta la buena mesa, soy diplomático y además conde?”. La fila
de penitentes ante un Mariano Rajoy recién salido de la leprosería recordaba
los besamanos ante la Regente María Cristina, que nos quería gobernar, y lo
hizo con tino. Fue una amiga mía quien le implantó el cabello a Bono y temo que
le esté creciendo el pelo hacia el cerebro, porque la hagiografía de Zapatero
alcanzó niveles sonrojantes de cursilería solo comparables con aquel Federico
Trillo de “Al alba, con el viento poniente…”, anunciando el asalto
helitransportado de Perejil. Lo que va de ayer a hoy: Rajoy y Zapatero en
armonía, como siempre debió ser, sin las auditorías de infarto con las que
Alfonso Guerra amenazaba al PP, y con traspaso de poderes a la americana. Falta
que Sonsoles invite a almorzar a Viri en Moncloa para ver el color de las
colchas. Tras el rigodón vendrán las carreras y los atropellos.
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