Resulta muy difícil imaginar al Presidente ante los escombros de la
T-4, con dos dominicanos enterrados en sus coches como ataúdes, diciendo
aquello de “Es un accidente” para anunciar a continuación la ruptura de las
negociaciones con ETA mientras seguía manteniéndolas en secreto, quizá porque a
la postre la nueva sangre solo era hispanoamericana. La política y la mentira
forman un yugo y en una perversión de siglos se considera incapaz al hombre
público que no falta a la verdad, la tergiversa o la oculta. Tal está de
postrada la credibilidad de los políticos que la apuesta de Mariano Rajoy por
la transparencia y la sinceridad es revolucionaria y puede cambiar el tinglado
de la vieja farsa, los benaventinos intereses creados. El dialogo parlamentario
con Amaiur finaliza la negociación con ETA hasta su disolución. Estos, que se
reclaman de un campo de batalla entre el país vasco y Navarra, han mandado a
Madrid lo mejor de cada casa: un miembro del Opus Dei, un jugador de la
selección nacional de balónmano, compañero de Urdangarin, un catedrático de
hidrología apellidado Antigüedad,…. No les debemos nada. Nosotros somos los
acreedores y ellos los morosos. El Presidente Rajoy puede contar con una
tradición institucional ya elaborada por un artista del doblez y la mentira
como el falsamente suavísimo Rubalcaba: Zapatero negoció con ETA antes de
llegar al poder y ahora Eguiguren continuará sus contactos con la banda sin
tener que informar al Gobierno. Firmar cualquier cosa con ETA es una neurosis
de este PSOE. Cuando los encapuchados anunciaron graciosamente que dejaban de
matar Sonsoles y Elena Salgado le dieron una sorpresa a Zapatero con aplausos,
flores y lágrimas en el Consejo de Ministros. No es que sean muy cursis (que lo
son); es que pagan lo que les pidan por ponerse la medalla del fin de ETA. El
Presidente no negocia; la oposición sí.
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