Las amargas lágrimas de
Elsa Forner anunciando el hachazo al bienestar italiano nos reconcilian a los
maltratados con algunos miembros de la clase política, o al menos con los
nuevos tecnócratas transalpinos. Berlusconi, sus socios políticos y sus decenas
de ministros no han de llorar por nada, y el “Cavallieri” solo será a la postre responsable por cuestiones de
trujimán contable o por meter a una menor en una juerga. La responsabilidad
política no pertenece a la cultura grecolatina y hay que mirar a Islandia para
ver a un ex Primer Ministro enjuiciado por dejación de funciones. Entre
nosotros Felipe González estableció en su día que las responsabilidades políticas
quedaban extinguidas en las urnas cuando se perdían las elecciones. Algo así
como si prescribieran las responsabilidades penales del delincuente que fuera
acerbamente vituperado por la opinión pública. Donde hay reprobación no hay
castigo. Lo acaba de volver a dejar claro la Secretaria de Estado de Empleo,
María Luz Rodríguez: “La valoración de nuestra gestión le correspondió ya a los
ciudadanos el pasado 20 de noviembre”. La Viceministra de Trabajo no tiene ni
una infantil llantina por cinco millones de parados sino que se lava las manos
en la derrota electoral de su partido porque ella ha pasado por el empleo sin
romperlo ni mancharlo. El estado de irresponsabilidad política permite la
irreflexión del partido sancionado severamente por los electores y la
permanencia en su jefatura fáctica de los mariscales del desastre. Todos los
que se han empachado malversando el bien público entienden que la derrota es el
perdón.
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