La socialdemocracia, en su
lento declive, ha olvidado entre otras cosas la meritocracia que fue una de sus
señas de identidad: “De cada uno según sus méritos y a cada uno según sus
necesidades”. La persecución de la excelencia ha sido sustituida por una
sentimentaloide resignación ante los marmolillos escolares o sociales, la
impotencia y la holgazanería. Al llevar los socialistas 22 años gobernando de
los 33 constitucionales se han apoderado de la Educación dejándola como Corte
de los Milagros y Patio de Monipodio, en la que se pasa de curso con una
carretada de asignaturas suspendidas para que no se deprima el barbian, los
profesores de letras cometen faltas de ortografía, los universitarios se
licencian sin comprensión de textos, la deserción educacional es aberrante y
donde lucieron Salamanca o Santiago no tenemos una sola Universidad entre las
primeras 150 del mundo. La ignorancia se jalea como graciosa y hasta se presume
de ser un analfabeto funcional porque el conocimiento se considera pedantesco.
Al menos los ministros de Adolfo Suárez eran profesores no numerarios, pero ya
González introdujo en sus Gobiernos material de aluvión formado exclusivamente en
el Partido o en la UGT. El innombrable, el que ya se ha ido, llevó a los
ígnaros a su esplendor y poco le faltó para nombrar Vicepresidente a su caballo
como Calígula senador al suyo. La última mesnada ministerial cometía faltas
ortográficas orales y estaban todos como ese candidato presidencial mexicano
que no puede citar tres libros que le hayan interesado. Algunos de los
desastres y atropellos de los últimos siete años son achacables a los
curriculums falsos e hinchados, a la falta de titulaciones, cultura y esfuerzo
intelectual de los ministros del nuevo socialismo. El Presidente Rajoy no llega
con una procesión de filósofos pero sí con un Gobierno corto y con distinto
talante al del anterior titular: universitarios, opositores, varios abogados
del Estado, una de las oposiciones más duras, gentes ya duchas en la
Administración o que conocen el contenido de sus carteras, idiomas,… El ser
docto no garantiza nada en esta vida pero ofrece una mínima tranquilidad a los
que nos habíamos acostumbrado al
aquelarre de ideólogos a la violeta que solo se ocupaban del sexo y la muerte.
No es este un Gobierno en el que pudiera sentarse Bibí, aunque se convirtiera
en Nueva York a los encantos de la burguesía.
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