Philippe-Ignace Semmelweis
murió en 1865 a los 47 años tras tres semanas de agonía en el manicomio de su
aborrecida Viena, cubierto a medias por el olvido y el oprobio. Era húngaro,
nacido en Pest, la mitad de Buda, y llegada su edad se trasladó a la capital
del Imperio para estudiar leyes. En la mezcolanza universitaria asistió a una
autopsia y mudó de vocación abandonando el Derecho por la Medicina. Bajo la
tutela del gran Skoda se doctoró en Obstetricia y dio comienzo a su infierno.
No podía conocer la máxima de Stuart Mill: “Si se hubiera descubierto que las
verdades geométricas son susceptibles de causar alguna molestia a los hombres,
hace tiempo que habrían sido declarado falsas”. La fiebre puerperal era el
holocausto de las mujeres y llegó a formarse una Comisión Imperial para
investigar infructuosamente tasas de mortalidad del 98% en las maternidades. Se
consideraba un hecho natural la mortalidad de las parturientas, inédita en
otras especies. Faltaban algunos años para que Pasteur dispusiera de medios
científicos apropiados para estudiar la microbiología, pero Semmelweis tuvo
geniales intuiciones sobre lo que no podía ver. Pidió cambiar de sábana a cada
parturienta y se las negaron. Exigió que parteras y obstetras se lavaran rigurosamente las manos antes del
parto y se rieron de él. Pegó pasquines por Pest con sus instrucciones
higiénicas. Le despidieron dos veces de su hospital y entre injurias y odio le
expulsaron de Viena a donde su maestro Skoda le trajo para morir. Sus colegas
no aceptaron una solución tan fácil y brillante para el puerperio y la plebe se
reía de lavarse las manos. Mientras, miles de millones de parturientas habían
muerto en los siglos de fiebre puerperal, y seguían muriendo. No tengo noticia
de que las feministas hayan sufragado una lápida en honor de Semmelweis y solo
conozco la tesis doctoral que le dedicó Louis-Ferdinand Celine, el médico humanista y escritor tan poco grato al
feminismo militante.
Lo de la violencia de
género es casi un anglicismo que oculta la violencia del hombre, que es lo que
se quiere decir. Lo que ha hecho la medicina, la cirugía, la farmacopea, por
las mujeres en el siglo XX y lo corrido del XXI nada tiene que ver con las
luchas de Semmelweis. Las mujeres se han liberado sexualmente y sus
enfermedades “de género” han sido erradicadas, curadas o dominadas dando a las
féminas mayor longevidad que al varón.
Habiendo grandes médicas e investigadoras siento decir que la mejor salud de la
mujer es básicamente cosa de hombres. El feminismo radical, como el de las
socialistas ibéricas, toma al hombre como su enemigo y construye una ideología
de género. Así, semánticamente, rechaza al varón incluso como aliado. Llegan a
negar la Historia porque el sufragismo o el obrerismo femeninos triunfaron
cuando los hombres hicieron suyas esas causas. Grandes mentes dedicadas al
estudio de su violencia de género como Leire Pajín o Bibí no quieren ver, como
los ginecólogos vieneses, que aplican su medicina a la violencia domestica o
familiar crece la matanza año tras año, sin que se den cambios sociológicos
importantes. A estas chicas les da igual que muera a manos de su pareja un
hombre, o una lesbiana o un homosexual, o a manos de otros más fuertes niños,
enfermos o ancianos: lo que interesa es que un hombre heterosexual asesine a
una mujer. Lo demás es tan tonto como lavarse las manos. Nuestras feministas de
cuota socialista solo entienden su violencia de género porque demonizando a los
hombres, genéricamente, los alejan de si hasta como imprescindibles aliados.
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