Siguiendo los últimos pasos
en Buenos Aires de Don Claudio Sánchez Albornoz conocí al hijo de este, Nicolás
y a su amigo Manuel Lamana, los dos celebres fugados del Valle de los Caídos.
Todo lo organizó una tercera amistad universitaria: Paco Benet, el hermano
listo y aventurero del ingeniero y novelista Juan Benet, que murió
tempranamente al volcar su jeep en un desierto mesopotámico. Los Benet eran
pintones y Paco enamoriscó (o volvió loca) a la jovenzuela judía y
estadounidense Barbra Probst Salomon que iba para periodista y escritora. Junto
a otra pimpante amiga, cuyo nombre he olvidado, las mandó a Paris a que
siguieran los rastros de la generación pérdida de entreguerras y,
esencialmente, se presentaran ante Norman Mailer que estaba escribiendo “Los
desnudos y los muertos” sobre sus experiencias como “marine” en el Pacifico, y
le pidieran ayuda para la evasión de dos republicanos españoles de Cuelgamuros.
Lo de aquellas dos crías debió sonarle a chino a Mailer y para quitarse de
encima a las alocadas pizpiretas las prestó para su viaje a España su aparatoso
coche americano de segunda mano de los que nosotros llamábamos “haiga”. Nunca me
contaron los detalles y tuve la impresión de que había otras personas
implicadas en España a la que los fugados no querían molestar. También eran muy
pudorosos hacia una aventura a la que
querían restar méritos presentándola como una picardía de Facultad. Yo creo que
pidieron ir a las obras del Valle porque sabían que de allí se podía salir.
Cuelgamuros no era Auschwitz y los dos penados
se citaron con las chicas a una hora y en un punto de la carretera Madrid-El
Escorial, cambiaron de ropa y ya no pararon hasta La Junquera como dobles
parejas americanas, ricas y divertidas. Fue necesaria más ayuda y documentos
falsos, pero quien lo sabe todo es Barbra Probst. Norman Mailer ni se enteró de
lo que habían hecho con su automóvil. Si dejamos por sentadas las dramáticas
historias de todas las postguerras, el anterior es el único relato interesante
del Valle de los Caídos.
Llevamos 36 años de
democracia, de ellos 33 constitucionales, el general Franco se murió hace otros
36 años y un avispado universitario en un examen lo identificó como primo de
Napoleón Bonaparte. Franco gobernó 39 años, y el PSOE ya nos ha gobernado 22,
sobrepasando la mitad del periodo franquista. Felipe González hubiera hecho con
el cadáver de Franco y la abadía benedictina lo que hubiera querido pero se
limitó a navegar en el “Azor”. Robándole el término a Ramón Gómez de la Serna
diríamos que cada vez que al PSOE le sube la bilirrubina de la derrota se
automedica con francomoribundia que permite reinar después de morir como Inés
de Castro o Rodrigo Díaz de Vivar. Es más que una ironía lo de que contra
Franco vivíamos mejor; la izquierda necesita a Franco vivo porque sin el
franquismo no tiene mejor referente intelectual. Es un frontón mental que les
devuelve la pelota y les permite seguir jugando la partida como si tuvieran la
cabeza supurante de ideología. No sabemos si el viernes se desplomará la
eurozona, pero para el Gobierno en funciones lo único urgente es la exhumación
del general, poniendo en un brete a la Iglesia y contrariando a la familia.
¿Por qué no le piden al Rey que retire a la hija el título de Duquesa de Franco
con grandeza de España? Antonio Machado optó por la legalidad republicana pero
no se hizo falsas ilusiones: “Españolito que vienes al mundo / te guarde Dios /
una de las dos Españas / ha de helarte el corazón/”.
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