26/7/85

Alan García asumirá el domingo la presidencia de Perú entre fuertes medidas de seguridad (27-7-1985)

Una tropa de 35.000 policías, guardias civiles y soldados de las tres armas, a las órdenes del ministro del Interior, general Óscar Brush Noel, forma el dispositivo de seguridad armado por el Gobierno peruano para la transmisión de poderes del próximo domingo entre el presidente saliente, Fernando Belaúnde Terry (de la derrotada en los comicios Acción Popular), y el entrante, Alan García Pérez, de 36 años de edad, también presidente de la triunfante Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).

Lima -"la horrible", según el propio Sebastián Salazar Bondy- es un ordenado caos de huelgas de panaderos, trabajadores de líneas aéreas, transportistas de superficie y empleados estatales, todos en una carrera contra todos -contra el actual Gobierno y contra el que se instaurará el domingo- para lograr incrementos de salarios o tarifas. El propio presidente electo, Alan García, en declaraciones callejeras a la televisión peruana, fustigó severamente a los especuladores que están disparando los precios de los productos alimenticios en el interregno presidencial.El primer ministro designado, Lucho Alva, no dudó en arremeter públicamente contra una empresa cervecera -existen dos en el país- que ha elevado sus precios el 50% en los últimos 15 días. El Gobierno conservador de Acción Popular, obviamente, salvo en materia de seguridad ciudadana, no está haciendo nada para ayudar a los jóvenes apristas, que por primera vez, acceden al poder.

Amplios sectores del centro limeño donde se ubican los palacios presidencial y legislativo han sido drásticamente cortados al tráfico de vehículos desde el martes, en previsión de los coches-bomba que ha comenzado a utilizar Sendero Luminoso y la nueva fracción terrorista urbana -a su vez escindida en dos- Tupac Amaru.

Los trabajadores de los hoteles céntricos donde se hospedarán las principales delegaciones extranjeras precisan salvoconductos de la policía para circular por el casco urbano a partir de las doce de la noche, y el municipio limeño estudia la posibilidad de decretar la ley seca para la jornada del domingo, que coincide con las fiestas patrias de la independencia nacional.

Sólo siete jefes de Estado -Belisario Betancur (Colombia), Nicolás Ardito Barletta (Panamá), Salvador Jorge Blanco (República Dominicana), Raúl Alfonsín (Argentina), Julio María Sanguinetti (Uruguay), Hernán Siles Zuazo (Bolivia) y Desi Bouterse (Surinam)- estarán presentes en la transmisión de poderes, con un no disimulado dolor entre los peruanos y los apristas.

El APRA, que pretende revestir de especial dignidad ésta su primera llegada al poder, anunció a los cuatro vientos una catarata de relevantes invitados a la toma de posesión de Alan García -Felipe González, Gabriel García Márquez, Willy Brandt, etcétera-, que, bien por razones de seguridad, bien por rebajar las ínfulas de un aprismo que aspira a papeles protagónicos en América Latina y en el Tercer Mundo, declinaron finalmente el viaje hasta Lima.

La irritación contra Felipe González por la cancelación de su periplo Ecuador-Perú-Cuba es aparatosa y hasta patética, por cuanto se le consideraba la figura estrella en la toma de posesión del domingo. Editoriales de periódicos le tildan de conquistador desdeñoso, las revistas políticas no escatiman espacio para analizar y debatir las razones de suspensión de su viaje. En una se llega a leer: "¡... por lo menos nos queda el Rey!"; en otras se desguaza inclementemente la figura política del presidente del Gobierno español, despeñándole en las cimas del más abyecto y solazado conservadurismo; en otra, la amargura se tiñe de ironía suponiendo que Felipe González no quiere retratarse junto a Alan García, bastante más alto y apuesto que él.

Ni la amenaza terrorista de Sendero Luminoso ni las últimas irritaciones entre EE UU y Cuba -ni menos la situación de la política internacional española- aportan razones suficientes a los peruanos para comprender la ausencia de Felipe González. Precisamente por el prestigio americano del presidente español, por la desbandada de figuras internacionales y hasta por la susceptibilidad del pueblo peruano parecería doblemente necesaria la presencia en Lima de Felipe González.

Como contraste, el héroe de la jornada del domingo será el presidente argentino, Raúl Alfonsín. El pasado mes de julio visitó Lima para condecorar a Belaúnde Terry y agradecerle sus gestiones mediadoras durante la guerra de las Malvinas. Su estancia limeña fue una fiesta de fuegos artificiales: Sendero Luminoso voló una subestación de energía eléctrica, dejando sin luz el palacio presidencial a mitad de la ceremonia, y dos coches-bomba hicieron explosión en los trayectos del presidente argentino.

Alfonsín no se ha arredrado, aunque ha enviado por delante en un Hércules C-130 de la fuerza aérea argentina el auto presidencial blindado que se hizo preparar Isabelita Perón y a 33 agentes de elite de la policía federal argentina que velarán por su seguridad. No es eso todo: el Tango, el avión presidencial argentino, recogerá en Montevideo al presidente uruguayo, Sanguinetti, que no quiere rebañar en sus menguadas arcas para hacer un viaje en solitario hasta Lima.

El presidente argentino también se ha ofrecido, en caso de necesidad, para recoger en La Paz al presidente Hernán Siles Zuazo, quien ya ha recibido autorización de su Congreso para viajar a Lima. Alfonsín, como una gallina clueca, amparando a los presidentes pobres de Sudamérica como a polluelos, los paseará por la capital de Perú apretados en sulimousine blindado.

Por lo demás, Lima y Perú continúan donde solían: esperando la próxima barbaridad, la dinamita de Sendero Luminoso -como ocurrió ayer en un aparcamiento de la capital- estallando un laboratorio urbano, y descuidado de pasta básica de cocaína, y apareciendo cadáveres desventrados en las calles y en las aguas del Rimac, en ese secreto y continuado homenaje limeño a Jack el Destripador.

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