Una tropa de 35.000 policías, guardias civiles y soldados de las
tres armas, a las órdenes del ministro del Interior, general Óscar Brush Noel,
forma el dispositivo de seguridad armado por el Gobierno peruano para la
transmisión de poderes del próximo domingo entre el presidente saliente,
Fernando Belaúnde Terry (de la derrotada en los comicios Acción Popular), y el
entrante, Alan García Pérez, de 36 años de edad, también presidente de la
triunfante Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).
Lima -"la
horrible", según el propio Sebastián Salazar Bondy- es un ordenado caos de
huelgas de panaderos, trabajadores de líneas aéreas, transportistas de
superficie y empleados estatales, todos en una carrera contra todos -contra el
actual Gobierno y contra el que se instaurará el domingo- para lograr
incrementos de salarios o tarifas. El propio presidente electo, Alan García, en
declaraciones callejeras a la televisión peruana, fustigó severamente a los
especuladores que están disparando los precios de los productos alimenticios en
el interregno presidencial.El primer ministro designado, Lucho Alva, no dudó en
arremeter públicamente contra una empresa cervecera -existen dos en el país-
que ha elevado sus precios el 50% en los últimos 15 días. El Gobierno
conservador de Acción Popular, obviamente, salvo en materia de seguridad
ciudadana, no está haciendo nada para ayudar a los jóvenes apristas, que por
primera vez, acceden al poder.
Amplios sectores
del centro limeño donde se ubican los palacios presidencial y legislativo han
sido drásticamente cortados al tráfico de vehículos desde el martes, en
previsión de los coches-bomba que ha comenzado a utilizar Sendero Luminoso y la
nueva fracción terrorista urbana -a su vez escindida en dos- Tupac Amaru.
Los trabajadores
de los hoteles céntricos donde se hospedarán las principales delegaciones
extranjeras precisan salvoconductos de la policía para circular por el casco
urbano a partir de las doce de la noche, y el municipio limeño estudia la
posibilidad de decretar la ley seca para la jornada del domingo, que coincide con
las fiestas patrias de la independencia nacional.
Sólo siete jefes
de Estado -Belisario Betancur (Colombia), Nicolás Ardito Barletta (Panamá),
Salvador Jorge Blanco (República Dominicana), Raúl Alfonsín (Argentina), Julio
María Sanguinetti (Uruguay), Hernán Siles Zuazo (Bolivia) y Desi Bouterse
(Surinam)- estarán presentes en la transmisión de poderes, con un no disimulado
dolor entre los peruanos y los apristas.
El APRA, que
pretende revestir de especial dignidad ésta su primera llegada al poder,
anunció a los cuatro vientos una catarata de relevantes invitados a la toma de
posesión de Alan García -Felipe González, Gabriel García Márquez, Willy Brandt,
etcétera-, que, bien por razones de seguridad, bien por rebajar las ínfulas de
un aprismo que aspira a papeles protagónicos en América Latina y en el Tercer
Mundo, declinaron finalmente el viaje hasta Lima.
La irritación
contra Felipe González por la cancelación de su periplo Ecuador-Perú-Cuba es
aparatosa y hasta patética, por cuanto se le consideraba la figura estrella en
la toma de posesión del domingo. Editoriales de periódicos le tildan de
conquistador desdeñoso, las revistas políticas no escatiman espacio para
analizar y debatir las razones de suspensión de su viaje. En una se llega a
leer: "¡... por lo menos nos queda el Rey!"; en otras se desguaza
inclementemente la figura política del presidente del Gobierno español, despeñándole
en las cimas del más abyecto y solazado conservadurismo; en otra, la amargura
se tiñe de ironía suponiendo que Felipe González no quiere retratarse junto a
Alan García, bastante más alto y apuesto que él.
Ni la amenaza
terrorista de Sendero Luminoso ni las últimas irritaciones entre EE UU y Cuba
-ni menos la situación de la política internacional española- aportan razones
suficientes a los peruanos para comprender la ausencia de Felipe González.
Precisamente por el prestigio americano del presidente español, por la
desbandada de figuras internacionales y hasta por la susceptibilidad del pueblo
peruano parecería doblemente necesaria la presencia en Lima de Felipe González.
Como contraste,
el héroe de la jornada del domingo será el presidente argentino, Raúl Alfonsín.
El pasado mes de julio visitó Lima para condecorar a Belaúnde Terry y
agradecerle sus gestiones mediadoras durante la guerra de las Malvinas. Su
estancia limeña fue una fiesta de fuegos artificiales: Sendero Luminoso voló
una subestación de energía eléctrica, dejando sin luz el palacio presidencial a
mitad de la ceremonia, y dos coches-bomba hicieron explosión en los trayectos
del presidente argentino.
Alfonsín no se ha
arredrado, aunque ha enviado por delante en un Hércules C-130 de la fuerza
aérea argentina el auto presidencial blindado que se hizo preparar Isabelita
Perón y a 33 agentes de elite de la policía federal argentina que velarán por
su seguridad. No es eso todo: el Tango, el avión presidencial argentino, recogerá en
Montevideo al presidente uruguayo, Sanguinetti, que no quiere rebañar en sus
menguadas arcas para hacer un viaje en solitario hasta Lima.
El presidente
argentino también se ha ofrecido, en caso de necesidad, para recoger en La Paz
al presidente Hernán Siles Zuazo, quien ya ha recibido autorización de su
Congreso para viajar a Lima. Alfonsín, como una gallina clueca, amparando a los
presidentes pobres de Sudamérica como a polluelos, los paseará por la capital
de Perú apretados en sulimousine blindado.
Por lo demás,
Lima y Perú continúan donde solían: esperando la próxima barbaridad, la
dinamita de Sendero Luminoso -como ocurrió ayer en un aparcamiento de la
capital- estallando un laboratorio urbano, y descuidado de pasta básica de
cocaína, y apareciendo cadáveres desventrados en las calles y en las aguas del
Rimac, en ese secreto y continuado homenaje limeño a Jack el Destripador.
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