El teniente de navío Alfredo
Astiz ha vuelto a ser involucrado directamente en el secuestro y la
desaparición de la monja francesa Alice Dumond y de la primera presidenta de
las Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor de Vincenti.
Cecilia Vázquez, residente
en Francia, cerró la sesión del Juicio de Buenos Aires, celebrada el miércoles,
con la imputación contra el marino. Testificó que en su grupo de defensa de los
derechos humanos se infiltró un tal Gustavo, a quien se apodó niño por la dulzura de sus facciones, quien
dijo tener un hermano montonero, desaparecido por las fuerzas armadas. El 8 de
diciembre de 1977, el embrión de las Madres de la Plaza se reunía en una
iglesia porteña; Gustavo se ausentó minutos antes de que
terminara la reunión y a la salida un grupo de tareas secuestró a varios de los
presentes, que no volvieron a aparecer jamás.Cecilia Vázquez contempló en
Francia la foto del rendidor de las islas Georgias del Sur a las tropas
británicas y reconoció fehacientemente al teniente Astiz como Gustavo el niño. Cecilia Vázquez fue también
secuestrada y torturada durante varios meses antes de ser puesta en libertad.
Sobre el teniente Astiz pesa una orden internacional de busca y captura instada
por una juez parisiense.
El fiscal de la Cámara
Federal de Apelaciones continúa con su estrategia de remachar los clavos de su
futuro alegado final, presentando casos individualizados de violaciones de
derechos humanos, por sexos, sectores profesionales, provincias, campos de
detención clandestinos y condiciones físicas, como el apartado de ciegos y
tullidos. En las últimas sesiones Strassera se ha concentrado en los
testimonios de los regresados del chupadero militar El Vesubio.
Destacó la declaración de
Estrella Iglesias, secuestrada por 12 hombres armados en el departamento que
ocupaba. El grupo de tareas era acompañado por una tal Susana, por auténtico nombre Silvia Corasso de
Sánchez, desaparecida y torturada, dada
la vuelta, y que colaboraba
en la marcación de personas que pudieran albergar ideas progresistas y que, con
la experiencia adquirida sobre su propio cuerpo, tomaba parte en la tortura de
los detenidos.
Estrella identificó la
localización de El Vesubio (un cuartel del Ejército en la
periferia porteña), que pudo ver a través de las vendas de sus ojos, mal
colocadas en la precipitación del secuestro. Allí fue picaneada, descoyuntada
en el potro y colgada, por lo que aún padece trastornos en uno de sus brazos.
Como variante a sus tormentos -una modalidad ya denunciada por otro testigo-
sujetaron una rata viva contra su sexo y otra contra su rostro.
Estrella, de quien sólo
querían obtener datos sobre las actividades sindicales de su empresa,
permaneció un mes en El
Vesubio, tres meses en una
comisaría de policía y cinco meses en el penal de Villa Devoto. Terminó siendo
liberada sin haber visto a un juez.
Continúa finalmente en el
seno del Gobierno y de la Unión Cívica Radical la disensión sobre si llevar al
Parlamento una ley de punto final, que evite la eternización de procesamientos
contra militares involucrados en la guerra sucia, o una simple reforma del
código de justicia militar que perfile más exactamente cuáles son los alcances
de la obediencia debida dentro de las fuerzas armadas.
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