Mantengo tenues lazos
biológicos con la Guardia Civil. Mi abuelo paterno fue sargento y mi padre con
mis tíos nacieron en el gran acuartelamiento del Paseo de las Delicias ante
cuyas letrinas rezaba un cartel: “ En este
santo lugar/ donde habita tanta gente/ hace fuerza el más cobarde/ y se caga el
más valiente. Humor escatológico que
humaniza un Cuerpo enlodazado por una literatura inclemente, al que se atribuía
el lema de: “ Paso corto y mala leche” y una enemiga
morbosa hacia los gitanos, y siempre al servicio de prósperos hacendados.
Siguiendo las enseñanzas del Duque de Ahumada, el conjunto de la Benemérita
siempre fue constitucional y hasta gubernamental. Entre el 18 y 19 de Julio de
1936, la Guardia Civil acabó con la doble subversión de Barcelona devolviéndola
a las autoridades autonómicas y republicanas y los tricornios se dividieron en
dos bandos hasta el punto que acabada la guerra, Franco tuvo en la mesa el
decreto que disolvía al Cuerpo, intención que volvió a murmurarse tras la
patochada de Tejero. Me han multado abusivamente dos veces en la carretera incluso en una de ellas era por circular a
velocidad moderada por el carril derecho y advertí en la cortesía forzada de
los guardias civiles que me estaban sancionando para hacer caja. Es infamante
para estos servidores con condición militar someterles al apetito recaudatorio
del Ministerio del Interior y remunerarles más por una sanción onerosa que el
auxilio a unas víctimas, para, luego no reponerles a tiempo sus uniformes.
Las multas de tráfico son otro impuesto. Es simpática ésta huelga de bolígrafos
caídos por infracciones ancilares o dudosas ante los atropellos de los
servicios públicos de transportes durante el verano. Sólo
molestan a los políticos y me reconcilian con mis ancestros.
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