Canarias es otra cosa
porque no crían ganado bravo; el transporte desde la Península es complicado,
bastante caro y carecen de afición por
la tauromaquia. Pero de entre los muchos problemas que tiene el archipiélago atlántico,
como un desempleo desesperante, no figura la melancolía de la identidad nacional. Un
ministro de Franco al despedirse de una visita oficial a las Islas les prometió que llevaría las aspiraciones
canarias a España. Los periódicos, a
pesar de la censura, lo pusieron como no digan Dueñas. Un abogado tronado,
Antonio Cubillo, organizó con cuatro guanches terroristas el Movimiento Para la
Independencia del Archipiélago Canario ( MPAIAC ) financiado por Argelia, y los Servicios franquistas le dejaron
parapléjico tras un atentado cochambroso a cuchillo. Y no hubo nada. En
Argentina, Uruguay y Brasil, por
influencia del Estado de Rio Grande Do Sul, está prohibido el toreo por la buena
lógica que no juega con las cosas de comer y las
exportaciones. Aún así en las Pampas el gauchaje organiza de vez en cuando una
capea con un novillo hasta que llega la Policía Caminera y les decomisa hasta las espuelas. Por el contrario México
convertido en un narcoestado donde todo es posible haría falta otra revolución
para poder suprimir los toros, arraigados por siglos en Hispanoamérica, Francia, España,
y Portugal, entrando ahora en los Emiratos Á rabes.
Creo en la buena fe de los
defensores del derecho animal, pero en Cataluña sólo han sido el escabel al que
se han subido diputados autonómicos a quienes les importa un adarme la suerte
del marido de la vaca. No han prohibido otras prácticas torturantes que se festejan
con las reses en pueblos catalanes, y
los supongo vegetarianos. ¿Por qué no se preguntan qué ha pasado antes con el filete que llega a
su plato desamparando políticamente a
las vacas de carne?. Antes de degustar
la butifarra, deberíamos recrear en
nuestra mente los horripilantes chillidos del cerdo cuando le llega su San
Martín. Hay mucha hipocresía hasta en quienes profesan amor a las bestias, pero
el veto catalanista al toreo no es más que continuar pasando la lija al castellano,
a las competencias del Estado, al tricornio de la Guardia Civil, a la bandera
nacional o al acueducto de Segovia, cualquier cosa que recuerde a la España secular. Es el gota a gota, que
predicaba el ex presidente José María Aznar y va calando como lluvia fina
( el calabobos ) para llenar el estanque
de una nación sin Estado aunque luego ése Estado carezca de nación. Por eso los
catalanistas estudian tanto el nacimiento de Israel y se interesan por la
suerte del pueblo saharaui o las Islas Feroe.
El marido de la vaca ha sido
apuntillado, y parafraseando lo escrito en el dintel del infierno de Dante,
perder toda esperanza que el PSOE se sume al PP para votar una ley estatal que
preserve las corridas de toro. Rodríguez
Zapatero ni siquiera tiene perro y el rabo de toro sólo le gusta muy hecho. El
legítimo Parlamento catalán no puede tomarse en serio. Prohibirán la jota por
extranjerizante y para alzaprimar la sardana. Se han convertido en la escopeta nacional.
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