3/2/11

BALADA MATRITENSE (3-2-2011)

Recién acabada la guerra civil se abrió la aun fresca fosa de Sinagra, en Teruel, en la que habían enterrado juntos 36 cadáveres de nacionales y republicanos. Nadie se hizo cargo de ellos y fueron al osario. En un ejercicio temporal me hubiera gustado ver la cara del juez Baltasar Garzón si hubiera dirigido aquel exhumamiento en procura de una equitativa memoria histórica. Nada menos maniqueo que el abrazo póstumo con la tierra de aquellos españoles que se mataron entre ellos en un homenaje a la estirpe de Caín. Nada más analfabeto que la ley de Memoria Histórica, afortunadamente detenida por los jueces y la falta de fondos, y que tiene su apogeo y simbolismo en la huesa común turolense.

Aquella es una de las pequeñas historias de “Noches de Casablanca”, de Ada del Moral, editada por “Leer”. Chisporroteante retrato al minuto del Madrid de los acuchillantes años treinta con los pretextos de la mítica sala de fiestas “Casablanca” y Luis Ruíz Huidobro, del comercio y responsable de finanzas de la Junta de defensa de la ciudad asediada. La autora es periodista y doctora en Teatro español y Literatura, contemporáneos, y por su fotografía (no da la edad) puede haber nacido después de la transición política, lo que hace muy sugerente el relato de lo que no vivió pero ha aprendido con insólita erudición, inteligencia y mucha piedad hacia las Españas fratricidas. “Casablanca” fue un referente sentimental del Madrid modernista, en los aledaños de la Gran Vía, demolida por la subnormalidad especulativa. Ruíz Huidobro, tío-abuelo de la joven memorialista, fue dirigente de Unión Republicana, ingenuo hombre de bien, de aquellos que hubieran sido fusilados por los dos bandos, miembro de la Junta de Defensa que presidiera el general Miaja. La fotografía de los junteros es sombría; tras Santiago Carrillo, en pie, mira receloso Mijail Kolstov, alias Miguel Martínez, corresponsal de “Pradva”, correveidile de Stalin y por él purgado a su regreso a Moscú. En aquella demencia colectiva el republicano Ruíz Huidobro quedó catalogado como rojo, traidor y señorito; apto para que le paseara cualquiera. Cardiaco, murió prematuramente en México, exiliado junto a su amor, una jovencísima trapecista y miliciana.

Del Moral menciona respetuosamente a un hombre del que se ha escrito poco y al que se ha honrado menos: Melchor Rodríguez García. Sevillano, huérfano al morir su padre estibando en el Guadalquivir, hospicio, pobreza extrema, novillero y torero por hurtarse a las cornadas del hambre, pero sin suerte, calderero, chapista, Presidente del Sindicato de carroceros y miembro de la Anarquista CNT. El 10 de noviembre de 1936 es delegado especial de prisiones de Madrid. Dimite a los cuatro días al no poder garantizar la seguridad de los 12 000 presos de las cinco cárceles madrileñas, de los 1500 de la de Alcalá de Henares y de los 28 “fascistas” que escondía en su propio domicilio. Presiona el Cuerpo Diplomático, y el ministro de Justicia, García Oliver, le da plenos poderes como Delegado General de Prisiones. En la noche acude solo a Paracuellos y revolver en mano intima a sus camaradas y detiene fusilamientos. Revolver descargado, fiel a su máxima de morir por las ideas pero no matar por ellas. Estableció a las prisiones el toque de queda entre las siete de la tarde y las siete de la mañana. Denunció al juntero José Cazorla por mantener cárceles clandestinas del Partido Comunista. Cuando los milicianos intentaron asaltar la penitenciaria de Alcalá amenazó con repartir armas a los recluidos, conjurando el linchamiento. Testigos directos de su hombría fueron Ramón Serrano Suñer, Muñoz Grandes, Valentín Gallarza, el doctor Gómez Ulla, cuatro hermanos Luca de Tena, el futbolista Ricardo Zamora o los falangistas Raimundo Fernández Cuesta y Rafael Sánchez Mazas. Concejal del Ayuntamiento madrileño, Julian Besteiro le hizo Alcalde efímero para entregar los papeles a los nacionales. Sus beneficiados le lograron seis años y un día, de los que solo cumplió uno. Anarquistas y falangistas formaron en su entierro en 1972 y se cantó “A las barricadas” sin que apareciera ningún guardia. El Alcalde Ruíz-Gallardón y la Presidenta Esperanza Aguirre deberían pedir informes sobre Melchor Rodríguez y obrar en consecuencia. No es verdad lo de Splenger de que al final un pelotón de soldados salva la civilización occidental, y sí que un solo hombre puede restaurar la confianza en la Humanidad. El hispanista Stanley G. Payne, resume en su prólogo: “Esta obra es más importante y más fiel a la verdad que cualquier manipulación maniquea de la memoria histórica desarrollada por políticos poco respetuosos con los hechos”.

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