Francisco Martín
Morales ha sido dado de alta en su
hospital de Granada. Entre la adolescencia y la juventud nos conocimos en
Madrid cuando llovían piedras y calculábamos cuando podríamos regalar a
nuestras madres una televisión en blanco
y negro. Solíamos coincidir en las
ventanillas de caja de los diarios para cobrar unas doce pesetas por artículo o dibujo. Luego hacíamos tertulia
en una cafetería de la glorieta de Bilbao donde regalaban unas pastitas con el
café con leche. Él venía de Granada a tomar la grande y engañosa ciudad, y yo soñaba con instalarme en un Cármen
granadino. Él ganó y yo perdí. Pasaron
los años, nos quitamos los nombres , y Martin
Morales dibujaba para “ABC” e” Interviú
“y actualmente , con gran éxito, desde su casa en las Alpujarras, como un
morisco irredento. Le encaja a la perfección la máxima de Schiller: “ El temor debe aletear en torno a cabeza del
hombre feliz, porque la balanza del
destino oscila siempre “. Hace casi seis
meses salió al jardín para ver como talaban un ciprés muerto. Un minuto antes o después.
Un centímetro a la derecha o la izquierda. Le dio de lleno. Tuvieron que llevarlo
en helicóptero para operarlo varias veces a vida o muerte, traerle de Alemania
una prótesis craneal de titanio, introducirle válvulas de drenaje que se le infectaban, sacarle del coma e inducirle a él, siempre con Magdalena a la cabecera destejiendo el chaleco
de la muerte. Que sepan sus muchos amigos que he podido
charlar telefónicamente con este paciente conocido por su genio y su bondad. Martin Morales, gracias a Dios, ya está en su casa.
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