El dirigente socialista Indalecio Prieto, exiliado en México, fue
muy ingenioso haciendo frases. Cuando le informaron que el líder catalanista
Francesc Cambó, refugiado en Argentina, sufría un tumor en la laringe,
exclamó:”¡ Pobre cáncer!”. La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag, que
sobrevivió largamente a lo suyo. La compasión por el carcinoma la habrá sentido
el alcalde Ruiz Gallardón, no porque Esperanza Aguirre sea cruel con las
enfermedades sino porque es la mujer fuerte de la Biblia, nada la arredra y,
además, está graciada por la suerte. Salió con tacones de un helicóptero estrellado como si bajara
de una pasarela, mientras Mariano Rajoy se eyectaba pálido como si hubiera
topado con la santa compaña. Ganó unas elecciones que perdió. Y de la matanza de Bombay escapó con unos
zoquetes de niña que te dan en el avión para calentar los pies. Hace décadas
que me acompaña una oncóloga y la
palabra cáncer ha perdido su sonido
ominoso y no uso la cursilería de” una
larga y penosa enfermedad”: No hay enfermedades
sino enfermos. La vacuna está lejos. Pero la prevención, los avances
quirúrgicos, o en quimioterapia, radioterapia y hormonoterapia han sido
espectaculares. Te puedes morir de cáncer como de una hepatitis fulminante,
porque de algo hay que fallecer. El cáncer no es la primera causa de mortalidad
en el mundo desarrollado, sino la depresión y la obesidad con sus patologías
asociadas. Eficaz como siempre, Doña Espe ha recordado a todas las mujeres la
necesidad de los controles periódicos; entre ellos la mamografía. Me parece que
dentro de muchos años ella expirará, pero de un cáncer de próstata. Es capaz.
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