En las bases de la muralla
del Kremlin yacen enterrados los héroes de la Unión Soviética, entre ellos el
voluntarioso periodista estadounidense John Reed, que no se sabe si fue muerto
por una cheka. En ruso ”Plaza Roja” significa plaza bonita y presidida por los
bulbos de la catedral de San Basilio allí se celebran los fastos. En 1945
Stalin pensó en celebrar su victoria contra la Alemania nazi cabalgando al
frente de las tropas. No se atrevió por exceso de vodka. Quién abrió el desfile
fue el mariscal Zukhov cabalgando en un caballo blanco; el mejor general del
Ejército Soviético, tanto que Stalin lo envió de inmediato como gobernador de
Siberia. Desfilaron las tropas rojas arrojando miles de banderas nazis a los
pies del dictador.
Nunca se había repetido
ésta ceremonia con participación de tropas occidentales. Acabada aquella guerra
el presidente estadounidense Truman e intentó echar cuentas con el bigotudo de
Tiflis y aquél le contestó, adecuadamente, que ya había puesto diez millones de
muertos encima de la mesa. La verdad es que los rusos recibieron poca cosa: jeeps, un juguete para hacer la guerra, metralletas
Thompson, ningún carro y poco más. Los convoyes ingleses hacia la Unión
Soviética eran masticados por los lobos marinos alemanes. Observadores
occidentales en la URSS se sorprendían de la falta de instrumental en la
aviación soviética y les contestaron que un avión rojo duraba pocos minutos en
el aire y no merecía gastar tanto dinero.
Éste desfile compone una
broma política: que marchen junto a EEUU e Inglaterra con Francia que no
apareció por allí y Polonia que tenía ya bastante con lo suyo. Faltaron los
españoles como Rubén, hijo de la Pasionaria, murió en un combate aéreo sobre
Stalingrado.
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