En el pequeño anfiteatro del Palacio de la Moncloa donde se dan las
ruedas de prensa tras los Consejos de Ministros se instalaron el pasado
miércoles dos atriles lo que hizo suponer una intervención conjunta de José
Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Luego intervinieron por separado y uno
de los arengarios dando misteriosa fe
que Gobierno y Oposición circulan por carreteras paralelas e incontrolables.
Como se esperaba mucho de ésta cumbrecita todo nos ha parecido nada entre dos
platos. Grecia y las Cajas de Ahorro eran asuntos decididos de antemano y la
hoja de ruta para disminuir el déficit, aliviar la deuda, rebajar el gasto
público y brindar siquiera una esperanza a corto plazo a la miríada de parados quedó en blanco. No hubo ni un enfrentamiento
bronco entre las tesis de uno y de otro. Rajoy se postuló innecesariamente, por
sabido, como alternativa apelando al voto de los españoles, asunto que lo
decidirá Zapatero si accede a unas elecciones anticipadas, lo que no está en
sus intenciones. Así que la montaña que nos habíamos imaginado parió un
ratoncito. Ambos diestros estuvieron alicaídos de muleta y el anfitrión quedó
como Cagancho en Almagro a quién tuvo que sacarle de la plaza la caballería
militar. ZP no ha ganado nada con ésta cita tardía, y Rajoy tampoco ha obtenido
provecho aunque no tenía más remedio que acudir. Seguimos en luz ámbar sin
atrevernos a arrancar el coche.
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