7/10/10

EL LABERINTO CATALÁN (7-10-2010)

Don Francisco de Quevedo, con la mala leche del estevado, escribió: “En tanto que en Cataluña quedare algún solo catalán y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigo y guerra”. Cuando en las Cortes republicanas de 1932 se discutía el Estatuto catalán, Manuel Azaña y José Ortega y Gasset se enzarzaron en un rifirrafe que ganó el primero ciñéndose a problemas contemporáneos mientras el filósofo divagaba melancólicamente sobre la esencia de España. El líder socialista Indalacio Prieto decía cuando le veía subir al estrado:”Ahí va la masa encefálica”. Pero este no podía renunciar a su máxima, de que España es una cosa hecha por Castilla, y anunció en aquella sesión parlamentaria que Cataluña constituía un problema que no se resolvería jamás, ni con autonomía o sin ella. A un Presidente alemán, previo a la unificación, le preguntaron con malicia si amaba a su patria, a lo que contestó: No, yo amo a mi mujer”. Lluis Companys, Presidente de la Generalitat, pidió al pelotón que le iba  a fusilar en los fosos de Montjuich que le dejaran descalzarse para morir pisando tierra catalana. Así nos va entre el sentimentalismo victimista y el nacionalismo unitario y desconfiado.

Carles Bonet Revés es senador por la Generalitat y destacado dirigente de Esquerra Republicana de Cataluña, y publica en Planeta “La España de los otros españoles”, que subtitula con sus interrogantes: “¿Es el catalanismo un movimiento que pretende transformar España o tan solo aspira a separarse de ella? ¿Unidad o unión? ¿España o Españas?”. ERC no goza de simpatías en el resto de España, como no sea en el abertzalismo vasco, pero el autor no se permite la menor demagogia, ciñéndose a su estado de doctor en Ciencias Matemáticas y profesor de la Universidad Politécnica de Cataluña. Se le agradece el rigor histórico y conceptual que le aparta del panfleto. Es más, es un libro para españoles, no catalanes.

En 1714, durante la Guerra de Sucesión, los defensores de Barcelona contra Felipe V lo hacían “por las libertades de España”, y el nuevo Rey no entendió nada disolviendo el Consell de Cent y la Generalitat, imponiendo los Decretos de Nueva Planta de férreo unitarismo castellano. Se abren tres etapas: pactismo, intervencionismo y catalanismo. El primer pactista fue Fernando el Católico, siempre preocupado por las libertades de Aragón, pero todo se disolvió en la Diada, festejo de una derrota militar. El intervencionismo fue como el “entrismo” trostkista en un empeño de reformar España desde una óptica catalana, en la que descollan  el diputado a las Cortes de Cádiz, Antonio Campany, que bregó por la idea de España como nación de Naciones, asunto que calentó la cabeza a los constituyentes de 1978; el general Prim que murió abominado de los Borbones; y Pi y Margall al que no dio tiempo el golpe del general Pavía que no entró a caballo en el Congreso. El desastre de 1898 alejó a los catalanes de formaciones estatales, inclinándose por partidos catalanistas de los que es exponente la Lliga Regionalista de Francesc Cambó, el político más prometedor de la Restauración. Se le criticaba su dualismo pretendiendo ser Simón Bolívar en Cataluña y Bismark en las demás Españas. Riquísimo y  con fama de retorcido corrió el rumor en el exilio de que había contraído un tumor en Buenos Aires. El ya citado Indalacio Prieto exclamó: “¡Pobre cáncer!”.

No deja de ser una paradoja que durante la Guerra de la Independencia los catalanes lucharan contra el francés. Napoleón pretendía hacer de Cataluña un protectorado para absorberlo después como un departamento de Francia. Solo los afrancesados acariciaron esa idea, mientras los catalanes y el general Palafox se hacían fuertes en Girona en otro episodio nacional. El autor considera que el patriotismo constitucional de Jurgen Habermas, que usaron los alemanes para superar el nazismo, fracasa en España porque la derecha y la izquierda  estatales los han patrimonializado. En otra sesión de Cortes de 1918 Cambó y sus diputados se retiraron en bloque sintiéndose ofendidos y entre epítetos de “¡Separatistas!”. Un catalanista volvió sobre sus pasos y les espetó: “¡Separadores!”. Entre unos y otros.

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