El Comité Noruego que
anualmente concede el Premio Nobel de la Paz, sólo acertó sin reservas,
otorgándoselo por primera vez en 1901, al suizo Henry Dunant, quién vagando
horrorizado entre las tripas de los hombres y caballos en el campo de batalla de Solferino, empezó su vida en la
Fundación de la Cruz Roja Internacional. Con el Nobel de la paz, fueron
nimbados Theodore Rooselvet, ex
presidente de los EEUU, muy dado a la
intervención militar exterior y a la
caza de osos; al ex Secretario de Estado Henry Kissinger y al jerarca
nortvietanimata Thu Le Duc, ambos
palomas picassianas; a Beguin y a Anuar el Sadat , quienes fueron sólo
ejemplares al final y por necesidad; al argentino Pérez Esquivel, que es un
correveidile de la ETA; otorgarle a Yassir Arafat parece una broma macabra
parece una broma macabra; al cantante de U-2, alimentó a su lujosa
mercadotecnia; darle al vicepresidente de EEUU Al Gore, debieron distinguirlo
por sus minas de contaminantes y de todo el CO-2 que emanan sus jets privados y
al presidente Barak Obama, fue honrado por lo que no había hecho y tampoco
probablemente hará. Al disidente chino Liu Xiaobo, pacifista y once años preso por pedir
elecciones libres sí es un referente como la birmana Aung San Suu King, en
arresto domiciliario desde tiempos inmemoriales. China ejecuta a unos cinco mil
ciudadanos al año, de rodillas, ante la fosa que previamente han exacavados, y
de un tiro en la nunca y cobran a los parientes la bala que han empleado.
Suponemos engañosamente que su capitalismo zonal arrastrará al Partido Comunista, pero éste se endurece.
Su inmenso mercado obnubila a Occidente y llegan hasta comprar en masa bonos
españoles. El poeta Xiaobo debe ser un recordatorio que China es algo peor que un negocio a ciegas
con una moneda devaluada.
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