El golpe de Estado se da en
dos fases: la primera como intentona para tantear el terreno y la segunda como
conclusión letal. Naguib en Egipto solo fue la avanzacilla del coronel
panarabísta Gamal Abdel Nasser. El general Karim Kassem derrocó sangrientamente
la monarquía iraquí para ser barrido por el partido Baas abriéndole la puerta a
Sadam Husseim. El frustrado cuartelazo en Portugal de Caldas da Reina fue el
pistoletazo de la revolución de los claveles. El “Tancazo” precedió al
pinochetazo. A Perón se le sublevó la aviación antes que le exiliaran los
generales Leonardi y Aramburu. En Paraguay el general Oviedo, que saltaba de un
helicóptero a un caballo a galope, no dio la asonada porque le pusieron preso,
pero dos años después mandó asesinar a su rival, el Vicepresidente Argaña. En
España Jaca aceitó el 14 de abril de 1931, la “Sanjurjada” el 18 de junio de
1936 y la desmontada “Operación Galaxia” el 23-F. En Iberoamérica el primer
chiste que te cuentan es: “¿Por qué en Estados Unidos no hay golpes de Estado?
Porque no tienen Embajada americana”. Eso cambió. El Departamento de Estado
anuló la Doctrina de la seguridad Nacional y postula democracias para el
subcontinente. Fue desmantelada la Escuela de las Américas en Panamá donde se
instruía a los militares más gorilas y es improbable que la CIA haya urdido los
rocambolescos sucesos de Ecuador. ¿Será un amago hacia la segunda fase?
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