Recién salido de la cárcel de Carabanchel, directivos de un
periódico, convidamos a Camacho ( o simplemente Marcelino ). Estaba fresco y
ágil porque su cardiopatía lo obligó a
hacer ejercicios durante sus muchos años de prisión. Estaba exultante, pero
debajo la piel afloraba la bonhomía del hombre incapaz de enojarse o tomar
venganza por los sufrimientos inflingidos. Y eso que tuvimos una amable bronca
porque Marcelino nos propuso unificar CCOO y UGT, llegando ellos a renunciar a
sus siglas. Le objetamos que tras 40 años de sindicalismo vertical no íbamos a
caer en el sindicalismo único. Pero Camacho estaba hecho de la pieza de hierro
forjada por Stajanov. Me recordaba a Manuel Vásquez Montalbán
preguntándole por qué seguía en el
PSUC:” Soy un sentimental. Quiero ser el último en cerrar la puerta y apagar la
luz “. Fue comunista antes de la Guerra Civil, combatió como soldado sin ser
siquiera comisario político, sometido a
campos de trabajo sin haber cometido
falta alguna, y exiliado a Orán donde conoció a la inefable Josefina. Todos sus
problemas con Comisiones Obreras se debieron a su clasicismo: el sindicato
debía ser la correa de trasmisión del Partido Comunistas. El más flexible
Antonio Gutiérrez le tomó el relevo y Santiago Carrillo se desplomaba en las
urnas. Pero al final de la dictadura UGT
era invisible y Comisiones estaba en
todas las fábricas. Hombre irrepetible
que sólo fue un “ liberado” en sus prisiones
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