Los indígenas que habitan las Islas Fidji
matan a sus padres cuando se hacen viejos. Los ancianos lapones abandonan el
iglú y para morir congelados. En la China anterior al
último Emperador, Pu Yi, se concedían los honores a los ancestros y el hijo
meritorio era honrado en sus padres o en sus abuelos. Los amerindios
veneraban la sabiduría y la experiencia
de sus viejos. El caso es que entre alfa y omega no se sabe qué hacer con los
provectos. En España, el Gobierno quiere ampliar la edad laboral, pero
jubila a catedráticos e investigadores de
espléndidas capacidades mentales. En
Atapuerca han descubierto la pelvis y
unas vértebras de un tullido que vivió hace más de 530.000 años. La columna con
escoliosis le impedía correr y
participar en la caza, a falta de supermercados. No lo mataron ni tampoco se lo
comieron, sino que lo cuidaron hasta su deceso entre los 45 a 60 años, edades
insólitas para el Pleistoceno. La Seguridad Social no fue inventada por Franco
y sí por los homínidos anteriores a los neandertales. Entre nosotros, el buenismo,
nos ha proporcionado una Ley de
Dependencia, que no se aplica porque está menos dotada económicamente que el
extinto “cheque-bebé”, pero sirve como batiburrillo de papel mojado para animar los
mítines. Occidente recrea a Shakespeare
: ” La escena postrera es la segunda
infancia y el olvido absoluto…. Sin dientes, sin vista, sin gusto, sin nada”.
La vejez es un naufragio, hemos nacido medio millón de años tarde y hoy el mejor plan de pensiones es
morirse a tiempo. La memoria histórica es la del inválido de Atapuerca.
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