21/6/11

ARGENTINA ABRE EL PROCESO POR LA ESMA (21-6-2011)

El Gobierno argentino, a través de la secretaria de Derechos humanos, ha presentado ante el Tribunal Oral Federal 5 (los juicios pueden ser orales o solo ante por escrito) su alegato contra doce exjefes y oficiales de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) acusándoles de delitos de lesa humanidad y pidiendo para todos reclusión perpetua en cárcel común. (En Argentina no hay pena de muerte). Se trata del grupo de tareas “3.3.2.” entre los que destacan su jefe el capitán navío Jorge Acosta, por mal nombre “El tigre”, y su mano derecha el teniente de navío Alfredo Astíz, alias “El niño” por la dulzura de su aspecto. Después de 35 años de producidos los hechos, tras dilaciones, leyes de punto final u obediencia debida y presiones de la Marina se abre el juicio por la ESMA al no prescribir el genocidio en lo que será principal exponente de la represión militar en el Río de la Plata.

La ESMA es una conjunción de paralepípedos sin gracia, de tres alturas blanqueadas, en la provincia de Buenos Aires, encajonada entre la autovía que lleva al delta del Paraná y uno de sus ramales. No es un lugar discreto: solo unos melancólicos jardincillos apenas estorban la visión de sus fachadas. El Tigre Acosta organizó allí por órdenes del almirante Massera, triunviro en la primera Junta Militar, un centro de detención clandestino y experimental. Aulas, despachos y galpones de maquinaria, se compartimentaron con tabiques de cartón piedra en celdas  minúsculas en las que los detenidos, desnudos, podían estirarse de costado o unos encima de otros. En los sótanos las salas de tortura se reducían básicamente a la parafernalia de la picana. Se ataba al detenido (“chupado”) a un somier metálico, se le baldeaba con agua para aumentar la corriente y se le aplicaba electricidad al glande, el escroto, la vulva, los pezones, el ano, la lengua, las encías. El periodista Hector Chimirri, que sobrevivió, se cortó media lengua con los dientes, en los espasmos, tragándose el troco. Si no tenías nada que contar, te lo inventabas. Cinco mil argentinos habitaron este infierno.

Tigre Acosta revolucionó la psiquiatría, al menos en el apartado del Síndrome de Estocolmo, por el que psiquiatras suecos estudiaron las extrañas relaciones entre verdugos y torturados. La “3.3.2.” operaba con una flota de “Ford Falcón”, sin chapas, de color verde, lo que era una chapuza de inteligencia ya que en cuanto atisbabas un auto verdoso intuías el peligro. El grupo de tareas vestía vaqueros, zapatillas de deporte, chupas y capuchas de lana negra. Chupaban a cualquiera, y tuvieron la suerte de dar con Marta Bazán, una guerrillera montonera de nivel medio. El Tigre la torturó personalmente y se produjo el arco voltaico de que la supliciada se enamorara perdidamente de su sayón. Entregó a su pareja sentimental, a sus camaradas, a sus conocidos y a sus padres. Quizá sufriera un brutal despertar al masoquismo más extremo pero desarrolló el Síndrome de Estocolmo hasta límites insospechados. Restaurada la democracia no pidió ayuda sino que acompañó libremente a Acosta a Sudáfrica y regresó  con él a Argentina acompañándole en sus peripecias judiciales sin testificar jamás contra él. Aún estará padeciendo una completa transferencia de personalidad.

El teniente de navío Alfredo Astiz está dotado de unos rasgos infantiles y angelicales que inspiran confianza. Como jefe operativo del “3.3.2.” se infiltró entre las incipientes Madres de la Plaza de Mayo como pariente de un desaparecido.  De las doce solo se encontraron cuatro cuerpos, no los de las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, por lo que El Niño está reclamado por la Justicia gala. Tenía un método: chupar a los habitantes de una casa sospechosa y esperar dentro a ver quien llegaba. Dagmar Hagelin, sueca de 16 años, atleta de fondo, fue a visitar a una amiga y al encontrarse con hombres armados y encapuchados corrió por la vereda como velocista. Astiz separó las piernas, apuntó con las dos manos y gritó “Párate flaca”  disparándola en la cabeza. Viva, la metieron en la baulera de un “Falcón” llevándola al Hospital Naval de Buenos Aires donde no se volvió a saber de ella. Argentina no extradita a sus militares pero la insistencia de franceses y suecos impide al oficial salir del país. Durante la guerra por Las Malvinas le pusieron al frente de “Los Lagartos”, comandos de élite de la Armada y desembarcó en un submarino en las deshabitadas Georgias del Sur. Helicópteros británicos hundieron el submarino fondeado y desembarcaron tropas en los hielos ante las que Astiz se rindió incondicionalmente sin disparar un tiro de honor. Prisionero en Londres fue devuelto a Buenos Aires al final del conflicto. En un semáforo porteño el del auto vecino le preguntó de ventanilla a ventanilla: “Sos Astiz”. El boludo dijo sí, y el interpelante le sacó del coche por las solapas y le partió los mofletes dejándolo tirado en el piso moqueando y pidiendo socorro.

El juicio a esta deshonra de la Marina es necesario aunque resulte tan tardío, pero también es electoralista. Las presidenciales del año próximo son muy inciertas para la señora Kitchner en su viudez, y este proceso dará satisfacción al dividido voto peronista. 

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