En fecha tan cerca como en 1946 las hordas entraron al Palacio
Quemado, de La Paz, sacaron al Presidente constitucional, Mayor Gualberto
Villarroel, ahorcándole en la primera farola que, encontraron,
y hoy ostenta en su base una
placa recordatoria como si se debiera conmemorar tamaña forma de destitución
democrática. Confieso que tras muchos
años de vivir en Iberoamérica donde los
desmanes forman parte del paisaje soy escéptico ante el poder real de las turbamultas.
Los indignados, nacidos en la Puerta del Sol, han mutado en bárbaros
yendo de la algarabía a la algarada. Rubalcaba queda como huevón porque como el
asno de Buridan muere de hambre entre la paja y el heno. Como Ministro de
Interior debía haberlos desalojado cuando se lo ordenó la Justicia electoral,
pero como candidato “ in pectore “
necesita una imagen seráfica. Acceder al Parlamento de Cataluña en helicóptero tampoco es usual,
pero huevones son Artur Más y su Conseller de Interior mandando a los Mossos
D´Esquadra despejar con gas y cañones de agua. No hace falta hacer una matanza
árabe para disolver una multitud.” Los indignados “ no tienen recorrido y menos a la puerta de
unas elecciones generales en que han
decidido no votar. Históricamente estos
movimientos nacen en la calle y terminan en la calzada. El Estado está
blindado, y con los sindicatos dentro de la fortaleza. Para avanzar
necesitarían el respaldo de las Fuerzas
Armadas o de las masas obreras, y eso es pensamiento mágico. Ni siquiera somos Grecia,
y los bienintencionados, hoy mal encarados, tienen menos futuro que Bin Laden.
Lo que han logrado es que la clase política se indigne, pagada de sí misma y acostumbrada al maltrato. Ignoran los vándalos que en política es más importante
ganar adhesiones que asaltar el Palacio de Invierno. Más indignados estaban los
Generales Armada, Milans del Bosch, Tejero y ellos fueron impotentes. Éstos no pasan de un izquierdoso “ Tea Party a
la española “. Los rancios Sartre y Beavoir ya no les valen. Necesitarían un
Bertrand Russell. Un agitador, pero no los hay. E intelectualmente los pobres
han pasado de la santa indignación a la mala leche.
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