Cuando el mariscal Rommel llegó a El Alamein y vió Egipto, el Cairo comenzaron a elevarse espesas humaredas
que llegaban al Canal de Suez: los ingleses estaban quemando los archivos y
hasta la impedimenta. Los furgones con documentos saliendo de la Presidencia de Castilla-La
Mancha son indignos de prudentes porque
lo que merece ser escondido se oculta meses antes de la posible derrota y no cuando
se está entregando la plaza. Estamos perdiendo la cortesía política del
traspaso de poderes que ha de hacerse entre sonrisas y transparencias. Pero los
agujeros contables no pueden meterse bajo una piedra y Barreda y Bono, que ha
tenido en un puño la Autonomía incluso como Ministro de Defensa y Presidente
del Congreso, deberían explicarse ante el Tribunal de Cuentas. Lo mismo que
habría de ocurrir cuando Griñán y Chaves intenten traspasar las cuentas del Gran
Capitán. Alfonso Guerra auguró auditorías de infarto en cuanto el PSOE entrara
en Moncloa y no hubo nada porque la agónica UCD nunca se distinguió por jugar
con el dinero de los demás. El Partido Popular tampoco
es aficionado a las
dramatizaciones y Aznar mantuvo clasificados los papeles del CESID sobre los
GAL que hubieran puesto en un brete a Felipe González. La Presidenta Cospedal
tendría que denunciar a Barreda ante el juez de guardia de Toledo pero no lo
hará aunque la deje una administración harapienta. En el PP prima más la razón
de Estado que en el PSOE, y éste cuando levanta las alfombras es para
llevárselas. No sé si conviene al país mirar para otro lado y hacer bueno lo de
Carmen Calvo, ministra de Cultura: que el dinero público no es de nadie. Si
Castilla-La Mancha es lo que parece tiene que haber banquillo.
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